martes, 8 de octubre de 2019

Santa Rosa ciento setenta y cinco años-



Mucha agua ha pasado bajo el puente sobre el río San Eugenio, desde la fundación de nuestra ciudad. Lejano está aquel domingo 13 de octubre de 1844, cuando con la firma de Fermín López como testigo y el policía Vicente Muñoz, encarnando la  autoridad civil, se dejó constancia que el decreto expedido por el Presidente Pedro Alcántara Herrán autorizando la fundación del “Sitio” llamado Cabal, ubicado en la Provincia del Cauca, se había leído ante los primeros habitantes del lugar, cumpliendo con la promulgación, el último requisito para formalizar el referido acto administrativo como se hacía con todas las disposiciones de entonces, quedando así el decreto debidamente perfeccionado.


 La promulgación se hacía por bando, cuando con voz engolada y teatral y después de un redoble de  tambor, uno de los funcionarios ante la presencia del pueblo, leía como se expresó anteriormente la norma, generalmente, después de la misa mayor. Con estas solemnidades quedaba en firme el orden jurídico, la ley se presumía conocida por todos y se aplicaba con pleno  rigor, la expresión “La ignorancia de la ley, no exime de culpa. Establecidas estas bases por el Estado, para regular el proceso de poblamiento, es a los fundadores a quienes les correspondió la aplicación del referido canon legal. Muy pronto,  “el sitio” se convirtió en aldea; nombran corregidor a José Antonio Pino y como agrimensores encargados de medir las fanegadas de tierra (hasta sesenta, según el número de integrantes de la familia) se designa a Gregorio Londoño y al padre José Ramón Durán de Cázares. Una junta de salubridad integrada por los vecinos se encarga, además de velar por la prevención y el control de las múltiples epidemias propias de la época, de establecer la lista de quienes gratuitamente irían a cumplir con el trabajo colectivo construyendo el patrimonio público como caminos, cementerio, cárcel y puentes donde el viajero pagaba un impuesto de pontazgo y así  obtener recursos para financiar la construcción de la escuela y la remuneración del preceptor o maestro, único que desde los albores de la fundación ganaba un sueldo.







Niños 1941.

En 1852, la aldea se convirtió en Distrito, equivalente a lo que hoy constituyen los municipios con derecho a ser gobernados por un alcalde y un concejo de tres miembros.  El espíritu colectivo fue la esencia de la época y la expresión Dios y Patria, refrendaba la firma de los regidores inicialmente, y de los alcaldes después.






Niño con "San Benito" 1941.




Binomio sociedad civil - funcionarios públicos. La marcha institucional de la localidad siempre estuvo regida por la estrecha relación entre representantes del pueblo y autoridades a través de entidades como la Junta de Caminos, de Obras Públicas, de escuela de niñas, junta para clasificar a los vecinos y determinar de acuerdo a su capacidad económica,  los días que debían trabajar en las obras públicas. 


Estas juntas y otras con incidencia en la comunidad, eran integradas
por el Personero, quien fungía como representante legal del municipio y cuatro o más ciudadanos de reconocida idoneidad que recaudaban los recursos pagados por la comunidad. Por ejemplo, la junta de caminos, con su respectivo  tesorero, administraba los ingresos cancelados por los ciudadanos por este concepto y hacía el presupuesto para la construcción y mantenimiento de la vasta red de vías rurales que conectaba a la cabecera con la zona rural. Esta alianza estratégica entre sociedad civil y empleados garantizó, con pocas excepciones, el buen manejo del erario público y el respeto por su inversión en pro del bien común. El bien ajeno o la propiedad privada seguía la huella de los mismos causes éticos, por lo general, aunque valga la pena reconocerlo, existían personajes que se convertían en el terror de los gallineros, compitiendo con las chuchas en la sustracción de las referidas “gumarras”; sus “hazañas” contravencionales quedaron en la memoria colectiva en  los versos y chascarillos producto de la ironía popular de la época, como: 

“Sale la luna
Sale el lucero
Sale Juan G.
Para el gallinero
 o el chasco que se llevó  el director de la cárcel en 1919, cuando una de estas aves de corto vuelo, una mimada “cubanita”, adoptada como mascota por los reclusos de entonces, desapareció; los penados indignados, acordaron mover cielo y tierra para recuperarla, encomendándole a cada interno que cumpliera condena o saliera con licencia indagar por la suerte de la mascota perdida y ¡ Oh sorpresa¡, las pesquisas surtieron su efecto y la descubrieron en el solar de la amante del director de la cárcel, a quien después de un proceso policivo sustanciado por el alcalde, fue destituido y confinado en la prisión que antes dirigía, mientras veía como los detenidos recobraban su alegría y compartían sus pitanzas, con su idolatrada gallinita y sus seis pizpiretos pollitos que había empollado mientras estaba fuera  de la penitenciaría.




















El primer escándalo por corrupción. La década del 20, durante el siglo pasado, va marcando el rompimiento de una sociedad campesina y rural: los conservadores se dividen en dos grupos enemigos acérrimos, uno de ellos encabezado por Pedro Luis Jiménez; aparecen partidos y líderes como María Cano defendiendo con valor  las ideas socialistas y el liberalismo se insinuaba ya como el movimiento político que iba a romper la hegemonía azul. En 1930, el tesorero del municipio se había retrasado en la rendición de cuentas y después de una exhaustiva visita fiscal se descubrió un desfalco de consideración, si se consideraba la ausencia de antecedentes en ilícitos de esta magnitud. La compañía de seguros resarció los daños del manejo irregular con una casa endosada al municipio; la vivienda sirvió más tarde como un establecimiento educativo. ¡La inocencia se había perdido¡.










Santa Rosa, hoy.  Y dando un gran salto en nuestra historia, la realidad de la ciudad de hoy nos presenta un hecho notorio e inquietante: las trampas del poder manifestadas en el mesianismo, los halagos cortesanos; el crecimiento de los recursos públicos que convierten al  mandatario en un rey Midas;   la enajenación de la independencia y voluntad en el fragor del certamen electoral pignorando lo que debe estar destinado al bien común  y las zalemas de quienes tienen intereses creados, han encandilado a los gobernantes   frustrando sus carreras que alguna vez convencieron a quienes los eligieron y marcando con letra escarlata la desconfianza en nuestra precaria democra



Espada de Damocles. El cortesano sentado en el trono del Rey, capta los riesgos del poder al mirar una espada pendiendo sobre su cabez, sostenida por un delgado hilo.




La espada de Damocles. Ad portas de unas nuevas elecciones, el abanico de candidatos a la alcaldía presenta a lado de aspirantes  con experiencia, damas y caballeros jóvenes  dispuestos a dar la batalla por el relevo generacional. Sólo me resta, para terminar el presente artículo recordar a Cicerón, quien alude a los avatares del poder mencionando la envidia que sentía un cortesano de su rey, por su vida de halagos , poder y “gloria”; el monarca, ante la terca insistencia, lo invitó a sentarse en su trono, cosa que en el acto hizo su candoroso súbdito; pero no tardó un segundo sin que se le helara la sangre, pues al mirar hacia arriba, vio una amenazante espada que pendía sobre su cabeza, suspendida por un débil hilo. Sobra decir, que ejercer la autoridad, además de sus privilegios, tiene otra cara: la de los avatares, los retos y las dificultades y sobre todo, se debe ejercer con Responsabilidad.