sábado, 18 de enero de 2020

El Colegio Labouré y la escuela Simón Bolívar: relicarios que se extinguen.




Santa Rosa de Cabal fue la primera población de origen antioqueño fundada en territorio caucano; por eso, sus primigenios habitantes tuvieron decisiva incidencia en la consolidación de las bases para el surgimiento de la Civilización Cafetera. Aún encontramos en su territorio las huellas del Camino del Privilegio, construido a partir de 1856, con los habitantes de Villamaría y el visionario Félix de La Abadía, considerada la obra más importante del Estado Soberano del Cauca en el siglo XIX porque conectó la región caucana, " la más extensa y prometedora de la Patria", con Antioquia y  catalogada por el empresario Abadía, como “el canal que por muchos años, estaba indicada por el  Eterno como el vehículo que había de conducir a nuestro suelo la riqueza de Antioquia”.


La arquitectura antioqueña, recogió una herencia española y la reinterpretó con los materiales de la región. Con su extinción desaparece un rico y expresivo glosario como chambranas, envigados, soleras, tasajeras, el rey, postigos, etc.

Por eso, cuando el mundo, a través de La UNESCO, reconoció las características excepcionales de la cultura que forjó un orden nuevo, basado en el trabajo, las relaciones de confianza y el café, sorprende ver como los atributos del referido paisaje van desapareciendo bajo la piqueta devastadora del “progreso”. Tanto en el campo como en la ciudad y como apostatando de nuestras raíces, se destruyen casas solariegas que expresaban la esencia de una época, con su herencia española reinterpretadas con los materiales de la región como el bahareque, corredores perimetrales, grandes aleros diseñados para proteger paredes y tapias de la humedad, puertas ventanas que desplegadas de par en par, iluminaban los aposentos; portones siempre abiertos y zaguanes que permitían vislumbrar a través de los primorosos calados de sus contraportones el patio interior de la vivienda y sus jardines.


Hermana Sor Alicia Domínguez dirigiendo el coro del colegio, con el cual, grabó varios discos de vinilo, dejando un testimonio de emprendimiento y capacidad educativa. En una época de limitaciones tecnológicas, la grabación tuvo características de hazaña. 



La escuela San Vicente, que más tarde sería también la sede del colegio Laboré, nació a fines del siglo XIX, cuando las fuerzas vivas de la población, feconocieron el papel fundamental de la mujer en la consolidación de nuestra comunidad, inspirada en la frase de Benito Juárez: "si quieres educar a una persona, educa a un hombre; si quieres educar a un pueblo, educa a una mujer."


Pero la crisis de identidad que se vive, es más notorio, cuando con la misma sensación de impotencia o indiferencia que sentimos al ver la ineficacia de las normas  reguladoras de la protección del patrimonio arquitectónico privado, vemos como inmuebles que guardan como  verdaderos relicarios, aún entre sus despojos,  la memoria colectiva de un pueblo formado por la avasallante fuerza interior de educadoras y educadores quienes hicieron de la enseñanza la razón de sus existencias: me refiero al infamante abandono de las instalaciones del colegio Labouré y la escuela Simón Bolívar, cuyas paredes y estructuras se debilitan por la acción de los elementos y a pesar, justo es reconocerlo, que parte de las comunidades educativas , especialmente del colegio Labouré, han luchado por sensibilizar a las autoridades y opinión pública del calamitoso estado de los inmuebles, el tiempo sigue dejando sus devastadores efectos y ensombreciendo los sueños de quienes anhelan ver en el futuro el Colegio Labouré restaurado, con sus elementos ornamentales, funcionales y estructurales entre ellas sus representativas puertas ventanas, en mala hora cambiadas por una “austera” fachada, convertido en símbolo de un pueblo con jóvenes orgullosos narrándole a propios y extraños la gloriosa gesta hilvanada, por un grupo de religiosas que desde Francia cruzaron el Atlántico, subieron por el inhóspito magdalena y  a lomo de mula, entre los soeces insultos de arrieros y corcoveos de mulas “retrecheras” desafiaron  las cíclopeas montañas andinas, para llegar a Santa Rosa, mientras los habitantes conscientes del trascendental momento histórico, convocaban una serie de “mandas” o aportes en dinero o en especie (un pato , una o dos tapias etc) realizadas por todas las damas de la ciudad para iniciar la construcción de la escuela San Vicente integrada  luego con el colegio ofreciendo también  modalidades como la normal que proyectó a través de sus promociones el élam del saber en Santa Rosa y toda la región.





No menos significativo y fundamental para reforzar nuestras raíces ancestrales como futuro corazón cultural de la ciudad, son las instalaciones de la escuela Simón Bolívar, construida en 1930, por el doctor Jesús Jaramillo, quien integró y articuló armoniosamente el estilo propio de la Colonización Antioqueña, con la arquitectura republicana europea, representada en su hermoso pórtico, hoy sostenido irreverentemente por dos guaduas símbolos de su inminente colapso. Su funcional diseño facilitó también el punto de encuentro de los habitantes de la ciudad: multitudinarios encuentros de básket ball, becerradas, certámenes de boxeo y exposiciones agropecuarias.



Escuela Simón Bolívar integra armoniosamente las técnicas constructivas de la colonización antioqueña y el estilo republicano europeo incorporado en nuestro medio en el siglo XX.



El esbelto porche, estilo republicano que recibió durante años a los estudiantes "cual bandadas de palomas anhelantes de saber.." como lo expresó el poeta, se encuentra a punto de colapsar.



En la agónica estructura aún se perciben los elementos co0munes a las técnicas constructivas de la colonización como el bahareque, los aleros para conservar las pardes sensibles a la humedad, extensos corredores con chambranas de palma de macana, calados como herencia árabe, postes rematados en capiteles evocando las columnas romanas o griegas reducidas a las dimensiones propias de las maderas de la región ( La Civilización Cafetera, Jaime Fernández Botero, libro de Editorial Académica Española)


La declaración por parte de las Naciones Unidas como Patrimonio  de la Humanidad, aunque es un reconocimiento al carácter excepcional de una región, tiene el objetivo fundamental de proteger los atributos de una cultura que está al borde de la extinción y es obligación de las autoridades cumplir con estos propósitos. El patrimonio arquitectónico e histórico representados en los edificios del colegio Labouré y escuela Simón Bolívar son dos perlas de la cultura cafetera que se esfuman generando el ocaso moral de un pueblo y se deben proteger si hay voluntad política para acatar los compromisos de la importante declaración; de lo contrario, nos quedaremos reivindicando el título, pero sin el paisaje. 

Jaime Fernández Botero. Blog: Atalaya Santa Rosa de Cabal.
          

miércoles, 15 de enero de 2020

Nobleza obliga.



Nobleza  Obliga

Amigas y amigos, quienes con sus mensajes o con su presencia, nos acompañaron en el generoso acto realizado en las instalaciones de Comfamiliar Santa Rosa, que aunque inmerecido, me honra y compromete a estar a la altura de la trascendental responsabilidad de coadyuvar en la difusión de los valores culturales de nuestra ciudad. El emotivo acto, inesperado por cierto y acompañado de quienes durante años han sido copartícipes de una aventura cultural, agitó mi alma y me llenó de sentimientos encontrados. Las expresivas y exquisitas palabras, salidas de lo más profundo del corazón de una niña, inteligente y sensible, interpretando el indisoluble vínculo afectivo que desde muy temprana edad me unió con los libros y la historia, revivieron rostros, imágenes y lugares que decidieron el curso de nuestra vida. El  aroma de “saudade”, palabra portuguesa que sublimiza los sentimientos de evocación y nostalgia, envolvió el mágico evento y me transportó al ya lejano, pero inolvidable momento en que sentí por primera vez las vibraciones de un libro y la fuerza de su mensaje a través de hermosas ilustraciones y altruistas lecciones morales; la obra era Piel de asno, un cuento de Charles Perrault.




Piel de asno. Charles Perrault
 Después el ciclo continuó con los comics o historietas, muchas de ellas escritas por verdaderos literatos como Edgar Rice Burroughs, cuya prolífica imaginación nos llevó a la selva africana, narrando las aventuras de Tarzán, un personaje  rescatado por un grupo de primates, siendo aún un infante, de los escombros humeantes de un avión accidentado y quien  hizo de la jungla su hogar  adoptando los hábitos y costumbres de los providenciales salvadores. Otras revistas también cautivaron nuestra atención, como El Llanero solitario, Batman y Supermán. El comercio e intercambio de comics se hacía en las noches, en el teatro Cabal; sin embargo, este sano y ameno trueque infantil, era considerado entonces una infracción a las normas de policía y con frecuencia, gavillas de uniformados realizaban intimidantes batidas y sin ninguna consideración terminábamos en la terrible “bola”: un vehículo gris, lúgubre con celda y barrotes en su parte posterior y posteriormente en la "guandoca", una verdadera mazmorra, fría y mal oliente. Luego, los profesores incrementaron con más fuerza el amor por la lectura. En el pensum figuraba la asignatura de Biblioteca que nos brindó gratos momentos moldeando nuestras almas con valores y conocimiento. Borges imaginaba el cielo como un gran espacio colmado de libros, y ese amable recinto era el edén particular de los niños de entonces. Otras estrategias afianzaron el  romance con la literatura: a instancias de educadores, don Benjamín Duque entre ellos,  coleccionábamos y leíamos los suplementos literarios de diarios como El Tiempo y el Espectador lo mismo que los amenos artículos de Selecciones del Readers Digest.





El Charrito de Oro era una de las historietas que leíamos entonces, y una vez culminaba sus aventuras en defensa de la justicia y los inocentes se despedía con la frase :¡arre Plata, vamos Tona¡ el primero era su caballo y Tona, una hermosa águila, que no pocas veces, venía providencialmente del cielo a sacarlo de apuros en su lucha contra los malvados.




El Charrito de Oro y su fiel "Plata"




King Kong, una de las películas exhibidas en el Teatro Caba





Tarzán, primero, una obra literaria, luego la historieta y el cine fueron difundieron las aventuras del héroe, en el interior de la selva africana.
Un día en la semana se escogía para realizar El Centro Literario, que hacía parte de la clase de Español, donde sin coacción alguna el alumno escogía la modalidad y el tema que más se adaptaba a sus aptitudes para presentarlos ante sus compañeros: el canto, la declamación, los sainetes, las dramatizaciones o las exposiciones de temas extractados de los suplementos, como era mi caso, constituían las disciplinas que usualmente se efectuaban: los condiscípulos una vez finalizada la presentación, tenían patente de corso para criticar y preguntar, muchas veces con el fin de "corchar" y no pocas veces empleando "sevicia y alevosía" y aunque para algunos la prueba era tensionante, nos preparó para enfrentar al "monstruo de mil cabezas" como se conoce al público y cultivar el sentido de la tolerancia, necesarias para afrontar en el futuro la convivencia social y las exigencias de la vida profesional. 




¿Para qué los libros? . Foto, tomada por el amigo y colega Guillermo Aníbal Gartner quien con su capacidad para perpetuar instantes y emociones, captó esta imagen, detrás de la cual hay una historia personal.
 Pero en algún momento de la vida el amor por los libros hizo insuficiente la biblioteca particular que se extendió e invadió los íntimos aposentos de descanso, dejando nuestro mundo a merced de su avasalladora influencia gravitacional. Mientras tanto, los avatares de la vida dejaban también la huella de ese “spleen”, tormento de Garrick, y como Ricardo Nieto, nos hizo preguntar con escepticismo: ¿para qué los libros?  Sin embargo, las horas de tinieblas se diluyeron pronto pues como lo dijo Cicerón, “un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma” y una comunidad ajena a su benéfica influencia, es presa fácil del oportunista, el tirano o el sátrapa, soberanos sin legitimidad. Así lo revela la obra Farenheit 451 cuyo autor describe una sociedad aparentemente justa y perfecta; los incendios no existen porque las construcciones son incombustibles e inmunes al fuego; sin embargo, los bomberos tienen la funesta misión de quemar los libros, considerados peligrosos porque la clase dominante ha reescrito la historia con falaces capítulos acordes  con sus perversos propósitos de sometimiento. Pero surge la resistencia civil y para evitar la extinción del legado de la humanidad, cada persona se convierte en un libro viviente: alguien memoriza La Divina comedia, otro el Paraíso perdido y todos los ciudadanos en general asumen la misión de conservar el pensamiento universal. Y así la luz de la razón seguiría guiando al pueblo por la senda de los valores eternos. Quiero agradecer el generoso gesto de Tatiana López Escobar, Héctor Montoya Quiceno y al doctor Wilson Flórez, valiosos gestores culturales, por concederme el honor de sentirme asociado en estrecha comunión, con una parte del cielo de Borges: la biblioteca en Santa Rosa de Cabal, de una de las más apreciadas instituciones de Colombia: Comfamiliar.   


Héctor Montoya, Tatiana López, valores humanos de la biblioteca Comfamiliar en nuestro municipio y el doctor Wilson Flórez, director de Bibliotecas, durante el acto, que aunque inmerecido, siempre llevaré en mi corazón. 

lunes, 13 de enero de 2020

Pello o la trascendencia de la humildad.


Pello o la trascendencia de la humildad.


Pello, aunque también algunos se referían a él como Peyo, fue posiblemente el personaje típico más reconocido en la historia de la ciudad y a pesar de su modestia y humildad dejó una profunda huella en nuestro medio.



Lucía un sombrero que armonizaba con su raído y remendado saco; siempre portaba un kilométrico lazo enrollado en su hombro y constituía su más valioso tesoro. Como era común entre las personas de su clase, cazaba agrias disputas con los niños de la época, cuyas continuas provocaciones y burlas lo incitaban a mentar la madre, “en todos los idiomas” y además, en tecnicolor. Era no obstante, sus limitaciones de espíritu, la persona de confianza de los notables de la ciudad porque cumplía con verdadera fe de cruzado las misiones encomendadas que iban desde sencillos mandados como  el encierro de reses hasta la remisión de dinero. Con poca modestia se auto proclamaba “el mejor mandadero de la ciudad”; el celo y la honestidad con que cumplía los encargos, le granjearon el aprecio y el respeto de la ciudadanía con la excepción, claro está de los mortificantes párvulos, sus rivales naturales, quienes le arrancaban sentidas lágrimas de frustración, rabia y dignidad ofendida  cuando lanzaban la burlona expresión: “Pello, véndame el lazo”. Sí, dignidad; porque su vida estuvo signada por el empeño de servir a los demás y celoso reclamaba cuando otro era el escogido para la prestación de algún servicio.




Pello, el personaje salido de la entraña de nuestro pueblo, más querido en la historia de la ciudad.

Entre este personaje y el pueblo surgió una significativa empatía y cuando falleció la comunidad  acudió masivamente a su sepelio; el alcalde de entonces en una emotiva alocución enalteció los valores de quien no obstante su pobreza y sencillez, dejó un amable recuerdo en nuestra memoria colectiva  hasta tal punto que,  en medio del duelo,  se propuso erigir una escultura en el centro de la plaza de Bolívar alegórica al lazo, su único patrimonio. El proyecto no se llevó a cabo pues según testimonio de quienes lanzaron la propuesta, nosotros los santarrosanos, somos como “llama de tusa”: al principio un refulgente resplandor y después la iniciativa queda en “veremos”. Pello llegó a frisar los límites de la leyenda, porque se comentó durante mucho tiempo que su humilde ataúd se desfondó y para asegurarlo, emplearon el lazo que le dio el sustento en su vida; el destino confabuló para acompañarlo también en su última morada.¿ Fantasía o surrealismo?, bueno, no sé; pero en el argot de nuestras gentes se incorporó después de su fallecimiento, una nueva expresión: la palabra “Pello” para hacer alusión a la persona cuya vestimenta está raída, rota o desteñida por el uso. Su vida demostró que al mundo lo mueve no sólo la actividad d la dirigencia, sino “la suma de los pequeños empujones de cada trabajador honrado, por humilde que sea.