La
Colonización Antioqueña: una empresa cooperativa.
Jaime
Fernández Botero.
En 1949 James Parsons, profesor de la Universidad de
Berkeley, publicó la obra La Colonización Antioqueña en el occidente de
Colombia; la investigación, producto de varios años de riguroso trabajo de
campo, se convirtió en un referente de la historiografía nacional.
Posteriormente sus postulados, fundados en una presunta sociedad democrática e
igualitaria conformada por pequeños y medianos propietarios, fueron rebatidos
ferozmente por otros historiadores catalogándolos como” leyenda rosa” y a manera de conclusión definitiva refrendaron el axioma “el hombre ha sido siempre un lobo
para el hombre”, muy en boga en la época de la Guerra Fría. En la comunidad académica
quedó como un dogma la lapidaria hipótesis; cualquier alusión en contravía era
catalogada como carente de rigor histórico por ser ya “un caso juzgado” como
diría un abogado y la investigación de Parsons devaluada hasta el punto de
encontrar en algunos de sus textos, expresiones peyorativas y descalificadoras
transcritas a mano:” estos conceptos están revaluados” y “… ¡mentiras!”.
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Marsella , Risaralda llamado el Municipio Verde de Colombia, aún conserva parte de los atributos y la herencia de la Colonización Antioqueña. |
Pero, si bien es cierto, en
la referida diáspora intervinieron terratenientes y especuladores de tierras
que acosaron a los colonos (Concesiones Aranzazu y Burila) y la violencia
también tiñó con sangre las aldeas y sementeras ( en el siglo
XIX, cada diez años en
promedio los” Padres de la Patria”, bajaban de su pedestal y orquestaban
funestas guerras civiles), la esencia colectiva de la época trascendió e incidió
para formar pueblos comunitarios, solidarios y comprometidos con su querencia,
gracias a instituciones que propiciaron la construcción del patrimonio público con
base en el trabajo colectivo, las relaciones de confianza y la intervención de
la ciudadanía por medio de juntas en la marcha institucional.
Antecedentes.
Después de 1830, La Nueva
Granada siguiendo claros objetivos orientados a establecer una política agraria
en beneficio de sectores campesinos pobres, comienza a adjudicar tierras
baldías para la fundación de nuevas poblaciones. La ley fundamental que propiciaría
el impulso de la agricultura en el país, fue dictada el 6 de mayo de 1834 y
sancionada por el general Francisco de Paula Santander,
alusiva a “la colonización y repartimiento de tierras baldías”. Esta norma
constituyó una verdadera ley marco que
reguló la entrega de tierras durante el siglo XIX, bajo pautas de equidad,
ofreciendo además a los potenciales pobladores
estímulos adicionales como exención de tributos y exoneración de
reclutamiento.
La referida ley disponía “que
cuando algunos individuos quieran establecerse en parajes desiertos o baldíos a
propósito o para el establecimiento de nuevas poblaciones, el Poder Ejecutivo
podrá conceder, con tal objeto, hasta doce mil fanegadas de tierras baldías
para cada población. A cada cabeza de familia se le podrían asignar hasta
sesenta fanegadas, teniendo en cuenta sus recursos y el número de sus
integrantes, pero en ningún caso se podían dar tierras a personas que no
fijaran su residencia en las nuevas poblaciones, medida importante para evitar
la especulación con los predios otorgados. Pero, además de la adjudicación de
las tierras, la norma fijó una serie de estímulos a los colonizadores, tales
como el establecido en el artículo 4º, que exoneraba el pago del impuesto del
diezmo eclesiástico por veinte años a las plantaciones y sementeras de los
pobladores contados a partir de la entrega de las tierras; el artículo 5º
determinaba además, que “los individuos que fijen su residencia en las nuevas
poblaciones estarán esentos (sic) del alistamiento para servir en el ejército,
por el término de veinte años”
El colono una vez firmaba el
acta de avecindamiento, tenía derecho a un predio en la parte urbana y hasta
sesenta fanegadas de tierra en el campo.( vereda Colmenas Santa Rosa de Cabal)
Las directrices trazadas por
la citada norma fueron reproducidas en innumerables decretos y leyes expedidos
por los Presidentes de la República y el congreso facilitando a cada población
doce mil fanegadas de tierras de las cuales se entregaría a los colonos un
predio en la zona urbana para vivienda y una posesión de campo para efectuar
sus labores agrícolas.
Muchas aldeas surgieron al
amparo de la citada legislación y con otras que regulaban las obligaciones o
“cargas” de los habitantes con los distritos irían a sentar las bases para transformar
la economía nacional cuando el café se insertó en el comercio internacional,
elevando la calidad de vida de un gran sector de la población colombiana.
I
NSTITUCIONES
QUE REGULARON LA CONVIVENCIA SOCIAL DE LOS PUEBLOS DE ORiGEN ANTIOQUEÑO.
Pero aparte de la entrega de
tierras, el legislador expidió también una serie de disposiciones para
reglamentar todos los aspectos inherentes a las relaciones laborales, sociales,
políticas de las nacientes comunidades donde, en un medio hostil y adverso, el
trabajo se constituía en el aceite que alimentaba y mantenía viva la llama de
la esperanza. Los pueblos nacidos en la Colonización Antioqueña estaban cohesionados por normas que obligaban
a realizar colectiva y gratuitamente las obras públicas como caminos, escuelas,
templos, casas consistoriales propiciando la consolidación de relaciones de confianza y otros valores inherentes a la
esencia solidaria y cooperativa de la época. La recopilación Granadina, las
ordenanzas provinciales y el código de régimen político municipal establecieron
un marco normativo para que gobernadores, alcaldes, cabildos y corregidores de
las entidades territoriales de Cauca y Antioquia expidieran sus decretos y
algunos de ellos obraran inspirados en el lema: “Dios y Patria”.
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A pesar de la declaratoria del Paisaje Cultural Cafetero como Patrimonio de la Humanidad, vemos con tristeza como muchas de las viviendas representativas de las técnicas constructivas raizales están adportas de desaparecer ante la indiferencia de propios y extraños. Histórica casa ubicada en el sector de Guaimaral. |
La lectura del bando en la
humilde plaza principal para promulgar y dar a conocer las leyes, decretos y
acuerdos; el acta de avecindamiento; la clasificación que establecía el trabajo
personal subsidiario; la fianza para guardar la paz, las juntas de caminos, los
cargos ocupados a título oneroso o gratuito, la conformación de juntas para
administrar la inversión de los dineros públicos en obras como escuelas nos
revelan los fuertes vínculos solidarios y colectivos de las poblaciones.
Es importante y para una
mayor comprensión de la esencia de la época en la región cafetera, plasmar
algunos aspectos de la cotidianidad de los habitantes en los albores de nuestra
cultura para demostrar que fue un proceso digno de reivindicar, porque toda
época tiene su esencia y la esencia de la colonización fue colectiva.
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La Coloinización Antioqueña, además de instituciones colectivas y solidarias nos dejó una técnica constructiva con base en el bahareque que en nuestra región adquirió múltiples ropajes. En la foto Jaime Fernández B. en el Porvenir, vivenda hecha del llamado bahareque de tabla. propio de las zonas altas. |
El
Bando.
El bando, en una región
marcada por una extensa, arisca y abrupta topografía constituía el medio de
comunicación por excelencia para los aislados habitantes de los distritos,
rodeados por poderosas barreras naturales. No sólo cumplía con la
trascendental función de dar a conocer y
difundir las leyes del gobierno central, las ordenanzas provinciales, los
acuerdos de los concejos y los decretos de los alcaldes, estableciendo un
vínculo entre gobernantes y gobernados; también servía como vehículo para
trasmitir los mensajes de las autoridades y las novedades de la región, por
eso, el domingo tenía para la población, aparte del descanso y la misa
parroquial, un valor agregado: el bando.
El sonido del tambor
convocaba a los parroquianos en torno al alcalde y las autoridades para
escuchar la voz engolada y solemne del pregonero encargado de promulgar normas
y comunicar las buenas nuevas; así, a la salida de Misa Mayor, la comunidad
acudía por la fuerza de la costumbre a una obligada cita cívica social en la
plaza principal; entre los cotilleos y charlas previas y posteriores al acto,
los habitantes se enteraban desde la publicación de las Constituciones hasta
los elementales actos administrativos reguladores de su actividad cotidiana
como la obligación de enviar sus hijos a la escuela, no permitir el ganado
estéril en los ejidos, no dejar vagar libremente cerdos, ganados, perros o
animales feroces en las calles y plazas de la población; blanquear las fachadas
de las casas; mantener limpios los caños; cercar y bardar los solares con
tapias; cumplir con la obligación de servir como policía cívico cuando las
circunstancias lo ameritaban, en especial en las fiestas parroquiales, no
deambular en estado de embriaguez por calles y lugares públicos etc.
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Hermosa casa típica , sector del Planchón . Ante el peligro de desaparecer es necesario establecer por parte del Estado y los propietarios proyectos para su valoración y preservación. |
Acta de avecindamiento.
El avecindamiento era un
acto formal que vinculaba legal y afectivamente al colono con el pueblo elegido
para residir; generalmente el proceso de adopción tenía un filtro: para garantizar
la solvencia moral del interesado se le exigía al nuevo poblador un certificado
de buena conducta expedida por la primera autoridad del distrito de
procedencia. Una vez ejecutoriado el acto, el ciudadano avecindado tenía la
posibilidad de convertirse en adjudicatario de determinado número de hectáreas
de terrenos baldíos cedidos por el
gobierno nacional a los municipios para promover procesos poblacionales, en
compensación el colono aportaba su fuerza de trabajo para laborar determinados
días al año en las obras públicas como caminos y puentes y otros compromisos
necesarios para el progreso de la aldea o distrito.
Al respecto transcribimos
apartes de un decreto expedido por el corregidor de la aldea de Cabal,
Saturnino Portocarrero, el 21 de abril de 1850, precisando los requisitos para
el avecindamiento:
“Art.
5. Todo individuo que pretenda avecindarse en este lugar traerá un certificado
o credencial de la autoridad del vecindario que deja y lo presentará al juez a
tiempo de inscribirlo en el libro de vecinos.
Art.
6. No se dará alojamiento a ninguna persona conocida por salteador, asesino,
ladrón, desertor, presidiario, esclavo o reo de cualquier clase que sea, antes
bien en el acto se dará cuenta a la autoridad de que existe en el poblado o en
el campo una persona o personas de esta clase bajo severísima responsabilidad,
sujeto a la multa que hay lugar y demás cargos.”
El tenor del acta referida
era el siguiente: “En el distrito de
Santa Rosa de Cabal a 5 de octubre de 1859, se presentó el señor Rafael Nieto
del distrito de La Unión, manifestó ser su voluntad el desavecindarse de aquel
distrito, agregarse a éste, quedando por consiguiente obligado a llevar las
cargas vecinales del mismo; en tal virtud, yo, el alcalde, de conformidad con
lo que dispone el artículo 4, de la ley 7, parte 2 y tratado primero de la
recopilación granadina admito a dicho señor Nieto su vecindad en este distrito
de cuyo efecto procedo a asentar la presente diligencia que firma el interesado
conmigo, el alcalde por ante el secretario el cual dará copia certificada
autorizada de esta diligencia a dicho señor Nieto.
Firmas:
El alcalde Benito Buriticá. Rafael Nieto. Rafael María Gómez, el secretario.(1)
El
trabajo Personal Subsidiario.
El trabajo personal
subsidiario fue sobre todo en los comienzos, un crisol de valores y fuente de
progreso. Para moldear una naturaleza inhóspita y salvaje se requería el
concurso de toda la comunidad: por consiguiente, el trabajo colectivo, además
de ser impetuosa fuerza transformadora y de establecer vínculos de solidaridad
entre los vecinos, se constituyó en matriz donde se gestaron valores
característicos de la época: la buena fe, el compromiso con la región, la
solidaridad y el sentido de pertenencia.
Esta trascendental
institución clasificaba a los ciudadanos por clases de acuerdo con su capacidad
económica y les imponía la obligación de trabajar un número determinado de días
en las obras necesarias para el progreso de la aldea o distrito.
El trabajo personal subsidiario
sufrió modificaciones para adaptarlo a las particularidades de los distritos y
los cambios sociales y el marco legal era establecido por una norma superior ya
sea una ordenanza de la asamblea provincial, máximo órgano legislativo de la
provincia o una ley de la legislatura del Estado, cuando el Cauca adquirió el
referido rango.
Los distritos eran divididos
en fracciones y de cada fracción se hacía la lista de los residentes obligados
a cumplir con el trabajo personal; la lista se fijaba en un lugar público a
manera de notificación para que quienes tuvieran alguna objeción hicieran los
reclamos pertinentes. La jornada se iniciaba a las siete de la mañana hasta las
5 de la tarde y se laboraba en los caminos, construcción de escuelas,
cementerios o casas consistoriales.
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Históricas huellas del Camino del Privilegio, construido por los habitantes de Villamaría y Santa Rosa de Cabal cuando pertenecían al Estado del Cauca. |
El
t.p.s. en Pereira. En 1871 la aldea de Pereira tenía apenas ocho
años de existencia y como desde su fundación el trabajo personal subsidiario se
convertía en una poderosa fuerza de progreso y de integración social, marcando
el sendero que la convertiría años después en una de las ciudades más
importantes de Colombia; en el citado año el trabajo de los vecinos se aplicó “en la apertura del camino que por “El
Morrongo” pone en comunicación esa aldea con la Villa de Salento, en la composición
del local de la escuela, construcción y mejoras de las demás obras públicas y
en traer el agua a la población del punto denominado “Los canceles”(2)
Mucho después de haberse
terminado el trabajo personal los habitantes de Pereira seguían construyendo
obras comunitariamente como el aeropuerto; la memoria colectiva seguía marcando
el rumbo de los fundadores y a los acordes de animadas canciones abocaban con
entusiasmo la construcción del patrimonio público, como aquella tonada, muy
popular entonces, que expresaba:” Villa olímpica haremos en Pereira…”
Con el paso del tiempo la
institución fue sufriendo modificaciones permitiendo a quien tuviera recursos
económicos cancelar en dinero la obligación o enviar un reemplazo. Casi
empezando el siglo XX una Junta de Caminos integrada por el personero y un
grupo de ciudadanos administraba los dineros
de los habitantes que se
invertían en la composición y mantenimiento de las vías públicas.
El trabajo personal
subsidiario generó trascendentales obras como el Camino del Privilegio
catalogada como la vía más trascendental del Estado del Cauca construida por el
consorcio Abadía y Compañía integrado por los distritos de Villamaría, Santa
Rosa y el empresario Félix de la Abadía y gracias a esta institución las
comunidades sintonizaron sus cabeceras con fracciones, partidos o abiertos distantes que con el tiempo
adquirieron jerarquía y fueron erigidos en aldeas o distritos parroquiales.
Además propició las relaciones de
confianza inherentes al devenir de los pueblos de la colonización, generando
figuras jurídicas como La fianza para
guardar la paz, valiosa institución que fundamentó el espíritu de
convivencia de los pueblos de la región.
El trabajo personal fue la
institución que les permitió a las nacientes poblaciones la realización de
obras trascendentales para su progreso como El Camino del Privilegio. ( pintura
de Ramón Torres Méndez)
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Caminodel Madroño en inmediaciones de La Joseina, ruta entre Santa Rosa
e Ibagué. |
La
Fianza para Guardar la Paz.
Esta figura evitaba que un
incidente inicial entre dos ciudadanos originara una transgresión mayor y
consistía en la garantía otorgada por un vecino para no vulnerar el derecho de
otro. Cuando dos parroquianos tenían diferencias o rencillas, el alcalde los
citaba a la casa consistorial; cada uno debía llevar un fiador. En el libro de
Fianzas para Guardar la Paz quedaba consignado el compromiso de los fiadores
garantizando el buen comportamiento de alguien belicoso y provocador. Si a
pesar de haberse firmado el compromiso se desencadenaba la agresión, el
avalador debía pagar una multa y si no lo hacía o carecía de bienes, la sanción
pecuniaria se convertía en cárcel que a su vez podía ser conmutada por trabajos
en obras públicas. Por lo general, al principio los habitantes de la región acudían sin
resistencia al llamado de algún vecino para que les sirviera de respaldo. La
palabra empeñada tenía en los usos sociales de la época el valor de una
escritura pública y pocas veces los fiadores tenían que asumir la responsabilidad
en cárcel o dinero por la violación de una fianza.
La esencia de la época,
signada por el espíritu colectivo y las relaciones de confianza se manifestaba
en todas las actividades cotidianas. Aún se acostumbra dejar monedas en torno
de una imagen del camino para que algún anónimo viajero deje su equivalente en
velas, las encienda y rece una oración por quien dejó la ofrenda inicial.
(Vírgen del Camino, camino del Madroño entre anta Rosa e Ibagué)
El espíritu colectivo de la
época se capta plenamente con esta institución donde los mismos ciudadanos se
convierten en garantes de la tranquilidad pública y la convivencia social.
Estuvo vigente hasta muy entrado el siglo XX, cuando la esencia colectiva de la
sociedad va desapareciendo para dar paso al individualismo y al interés en el
lucro inherente a la época actual; al repetirse las transgresiones a la fianza
y los garantes verse abocados a
responder con su peculio o libertad, nadie acepta cumplir el rol de fiador. Las
nuevas realidades sociales presionan el cambio de la norma y la fianza
desapareció para dar paso a una conminación personal donde sólo respondía con
sus bienes o libertad quien violara el compromiso de no agresión estipulado en
el acta de conminación.
La trascendental institución
se hizo extensiva a otros casos donde la convivencia social se afectaba y
prácticamente dirimía todo conflicto: bajaba la temperatura a las rencillas
ente vecinos, surgidas especialmente los domingos al calor del aguardiente;
restauraba la armonía en el hogar rota por las reyertas entre cónyuges;
mantenía a raya al amante clandestino que furtivamente y sin la bendición
nupcial, deshonraba y pulverizaba en el lecho las virtudes de alguna joven.
Transcribimos a continuación
el compromiso suscrito por un fiador para garantizar el cumplimiento de los
deberes matrimoniales por parte de un ciudadano: ”el 15 de mayo de 1904, se presentó a la alcaldía, Rafael Rivera, mayor
de edad, vecino de esta ciudad y persona de reconocido abono y expuso que se
constituye fiador del señor Rafael Giraldo de hoy en adelante, garantizando que
suministrará a su esposa María J.B. y familia los auxilios necesarios para su
subsistencia y de hoy en adelante no volverá a abusar de los derechos que tiene
como jefe de su hogar para volver a dar trato cruel a su esposa ni en palabras,
ni en hechos: que garantiza la fianza en la suma de $500ºº que pagará a la
tesorería del municipio en caso de que Rafael G. incumpla con sus obligaciones
en el hogar.”(3)
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Camino de entre Potreros y el histórico puente de Santa Ana sobre el río Campoalegre. |
“Hoja
de congo social”. Dentro de la amplia gama de plantas
silvestres de la región, hoy como el resto de la flora nativa arrasada impunemente,
sobresalía la hoja de congo por sus múltiples usos. Se decía que hasta “unas
saludes se enviaban en una hoja de congo”; pues bien, la Fianza para Guardar la
Paz era la “hoja de congo social”: se empleaba para sofocar todas las rencillas
parroquiales y aparte de prevenir enfrentamientos, con algunas variantes,
permitía el cumplimiento de otros compromisos sociales o legales: en 1905,
cuando el municipio de Santa Rosa necesitaba con urgencia un maestro en el arte
de los telares para adiestrar a sus habitantes en esta técnica artesanal, uno
de los concejales firmó una fianza comprometiéndose a responder personalmente o
con sus bienes, si Martín Cañas, preso en la cárcel de Popayán y designado para
impartir la referida instrucción, se escapaba durante el traslado o durante la
estadía en la ciudad en cumplimiento de su misión. La empresa culminó con
éxito; Cañas difundió su conocimiento, hasta tal punto que hoy los ponchos,
hamacas y otros productos afines siguen dinamizando la economía local.
El historiador Ricardo
Sánchez A. nos refiere en su Historia de Pereira un dramático incidente que
revela la naturaleza de la referida institución. Manuel José Gordillo, vecino
de Ibagué, llegó en 1896 a la ciudad de Pereira. Gracias a su don de gentes y
su talento natural para moverse en el exclusivo círculo social de la ciudad, se
comprometió en matrimonio con una agraciada joven con la complacencia de la
élite local. Pero un inesperado requerimiento efectuado desde Ibagué lo
conminaba a presentarse en dicha ciudad, en el término de la distancia para
aclarar la compra de un semoviente. El auto pedía la remisión “con las
seguridades del caso”; esto es, debidamente escoltado por los gendarmes, hecho
que en la época lesionaba el honor y la dignidad del personaje.
Sin embargo, podía evitar la
embarazosa escolta y acudir al llamado de la justicia sólo, sin guardias y sin
desmedro de su decoro, si alguno de su círculo de nuevos amigos, mediante la
firma de una fianza, garantizara su presencia en Ibagué. Gordillo, aunque aceptado
provisionalmente en el seno de la comunidad, no hacía parte de ésta y no estaba
arropado por las relaciones de confianza suficientes para gozar del aval de un
fiador; por lo tanto, no encontró a nadie dispuesto a firmar la fianza. Ante
la “infamante” perspectiva de marchar en
calidad de detenido, Gordillo se descerrajó un tiro en la boca.
Dejó
una carta explicando las razones para tomar tan dramática decisión:
“El
cadalso es altar,
La
prisión, honra:
Todo
bien por la Patria es pan bendito;
Sólo
una cosa aflige: el deshonor.
sí
decía don Lázaro María Pérez, y a decir verdad, no había yo medido la
intensidad de aquellas palabras hasta que hoy la villanía de un hombre ha
venido a mancillar mi
nombre y mi honra ante los cultos habitantes de esta simpática población; y
digo empañar, porque las pocas personas de recto criterio de quienes he
solicitado fianza para trasladarme libre a Ibagué, se han esquivado de
prestarme este servicio, confirmando de este modo la afrentosa falta que se me
imputa, sin tener en cuenta estos señores, que con mi permanencia en Pereira,
no he pensado en rehuir el cuerpo. Si el presente caso me hubiera sorprendido
en cualquiera otra de las poblaciones del Cauca o de Antioquia, yo me hubiera
resignado a salir preso, pero de Pereira no puedo hacerlo, no y mil veces no,
quizás haya quién comprenda la causa; ¡antes, prefiero ir a tocar las puertas
de lo invisible!
El
negocio con el señor Troncoso de Ibagué fue el siguiente: yo le compré un
caballo y un galápago por la cantidad de cuarenta y cinco pesos y a cuenta del
negocio, le di veinticinco pesos, quedándole a deber sólo la cantidad de veinte
pesos. Eso es todo.
Si
algún gasto ocasiona mi muerte, deben pasarle la cuenta a mi padre, el señor
Antonio J. Gordillo, quien vive en la población de Miraflores en el
departamento del Tolima” (4)
El tema de la Colonización y
los albores de nuestra cultura está muy
lejos de estar agotado y cerrado con el sello de “suficiente ilustración”; es
mucho lo que falta por escrutar y reivindicar en este interesante proceso
histórico, con mayor razón ahora que la UNESCO reconoció su trascendencia declarando
al Paisaje Cultual Cafetero, Patrimonio
de la Humanidad.
Bibliografía:
(1) Archivo
de Santa Rosa
(2) Archivo
de Santa Rosa 1871
(3) Archivo
de Santa Rosa 1904.
(4) Sánchez
A. Ricardo. Pereira, 1875-1935. Colección Clásicos Pereiranos. Edit Papiro.
2002. P.99-102.