Hay hechos que quedaron grabados en la memoria colectiva de nuestro pueblo, transmitidos de generación en generación a través de la tradición oral. Uno de ellos, por fortuna pintoresco, pero no exento de drama y comedia ocurrió por allá en 1924. A través de carteles y bocinas se anunciaba la visita a la ciudad del gran Pedro Nolasco Guerrero, el célebre “Viajero Cósmico” quien ya era una leyenda por sus arriesgadas acrobacias y piruetas realizadas desde un frágil trapecio pendiente de un colosal globo aerostático, que azotado por el viento surcaba los aires hasta desaparecer de la vista de los sorprendidos espectadores. Si todo salía bien, el héroe regresaba triunfal rengueando, con moretones y arañazos, escoltado por un eufórico enjambre de muchachos que siguieron su temerario periplo para tener el honor de rescatarlo del árbol en que quedó atrapado o la hondonada donde cayó y entre aplausos y caluroso jolgorio, recibía las generosas dádivas de los parroquianos. Todo estaba predispuesto para un espectáculo inolvidable: Santa Rosa vivía una época de relativa prosperidad pues se construía el ferrocarril y no existía desempleo, además, la expectativa y el suspenso crecían a medida que se acercaba el evento cuando en los corrillos y cotilleos se traía a colación en detalle la muerte de “Salvita” en Medellín el año anterior cuando su globo se precipitó a tierra ante la consternada audiencia.
El legendario Antonio Guerrero, de origen mejicano, padre de Pedro Nolasco,
poco antes de surcar los aires en su globo en la ciudad de Medellín.
Y llegó el gran día. Un verdadero rito se cumplía en
los momentos previos al “vuelo”: un improvisado fogón de leña avivado con
petróleo suministraba el espeso humo que poco a poco iba atiborrando la
entonces amorfa lona desplegada en el suelo hasta perfilar su esférico contorno
sobre las cabezas de la emocionada multitud. El hábil y osado Guerrero subió al
inestable trapecio y siguiendo la tradición de su padre, Antonio quien era
mejicano y había deslumbrado también a los colombianos con sus proezas en
globo, gritó: “¡viva Colombia, viva Méjico ¡” y soltando las amarras inició el
ascenso al imperio de las aves, todavía no conquistado del todo por el hombre … Pero,
de repente, de entre la multitud delirante salta con felina destreza uno de los
espectadores y cual acróbata de circo se cuelga de la barra de hierro donde
Guerrero apenas sí podía permanecer en pie y la esfera se dirigió rauda hacia
las alturas con sus dos tripulantes. El estupor y la incertidumbre se apoderó
de la gente; pronto se supo que la
aventura del polizón terminó cuando vencido por el cansancio y después de
surcar bamboleándose irreverentemente por nuestro espacio aéreo, se desprendió
quedando incrustado en el techo de una casa. Sufriría desde entonces algunas
limitaciones para caminar, circunstancia que lejos de acomplejarlo lo llenaba
de orgullo.
Salvita y sus preparativos previos al trágico vuelo que le costó la vida
El personaje que le robó el show al legendario
Guerrero era Pacho Marín, un sencillo trabajador de la planta de sacrificio
quien además de su hiperactividad se caracterizaba por su sentido de
colaboración y osadía, protagonista de muchas historias pintorescas en nuestra
ciudad y quien, en las procesiones del Viernes Santo y otras conmemoraciones cambiaba
su humilde atuendo y se convertía en un Gentleman, un verdadero dandi,
impecablemente vestido de blanco, clavel en el ojal del saco y relucientes zapatos
conservados y usados sólo para las grandes celebraciones patrias y religiosas
El fatal vuelo de Salvita colapsa y su globo se precipita a tierra en medio de la consternación
de los antes efusivos espectadores.
Pacho Marín, cuyo hijo conocí, es uno de los muchos personajes salidos
de la entraña popular que tienen un lugar en el corazón de los santarrosanos.