Ha sido una constante en la historia del país la indiferencia cómplice asumida por la clase dirigente con los daños colaterales que se causan en las comunidades y el medio ambiente, cuando se adoptan proyectos económicos legitimados con la funesta consigna de: "el fin justifica los medios". En 1853, cuando el librecambio tuvo estatus constitucional, favoreciendo la invasión masiva y sin aranceles de ninguna clase, de los productos ingleses, quedaron en la ruina los artesanos del país, quienes desde La Colonia habían mantenido una significativa producción de telas, cerámicas, artículos de cestería y talabartería entre otros, mientras la élite de entonces, convertida en una casta parasitaria y ociosa, consideraba al trabajo una actividad indigna y ajena a sus dudosos blasones de la estirpe. El desespero los arrastró a una guerra contra quienes detentaban el poder político y económico; el desigual combate terminó con la extinción de la referida clase social porque los artesanos sobrevivientes fueron confinados en Panamá donde la malaria y las enfermedades endémicas acabaron con sus vidas. La lista de agravios contra el órden social y ambiental continuó después de 1970 con la destrucción del refrescante dosel verde de especies nativas que le brindaban al café el sombrío necesario para proporcionar un control biológico de plagas, garantizando una cosecha pródiga, limpia y libre de tóxicos y agentes pesticidas. La clase dirigente de entonces, siguiendo el funesto determinismo histórico referido y respondiendo a los intereses extranjeros ávidos de comercializar sus venenos y letales fungicidas, arrasó guamos, chachafrutos, lembos, nogales, guayacanes, dragos y miles de especies más, representativas de nuestra alucinante biodiversidad y expusieron al café a sobredosis de devastadores químicos y como efecto adicional se destruyó el hábitat de cientos de exóticas aves, reptiles, roedores, marsupiales e insectos que medraban en los relictos de bosque nativo. A nadie le importó la supresión del vital nicho ecológico, rico además en fuentes de agua y especies que evitaban la erosión, pues "el pragmatismo y el progreso deben imponerse sobre los lamentos de los poetas e idealistas.
Hoy, mientras desde las esferas oficiales se agita ladinamente la bandera del medio ambiente y es una moda en la población hablar de ecología, el gobierno nacional en su permisiva entrega de los recursos naturales al inversionista extranjero, ha expedido leyes leoninas en favor de las multinacionales, tan permisivas que más parecen dictadas por un ejército de ocupación, como hacían los nazis para blindar y garantizar sus incursiones en los países ocupados sin cortapisas legales o éticas. La doble moral se constata cuando el Estado permite aniquilar por pírricos ingresos los recursos naturales y ambientales ofreciendo leoninos estímulos y privilegios, verdadera patente de corso para despojar territorios ancestrales, con potestad de trazar redes eléctricas o explotar recursos en santuarios nacionales como el de Barbas Brenmen, donde se asilan los últimos exponentes de nuestra fauna ancestral u obligando a la población a aceptar servidumbres nocivas para la salud.
Santa Rosa vive este drama y carece de dolientes. El Ministerio de Agricultura con la meta de estimular la siembra de un millón de hectáreas en eucaliptos y pinos, llamándolos eufemísticamente bosques comerciales, camuflando el letal impacto sobre las fuentes de agua, la biodiversidad y en general en las aves, insectos, roedores y marsupiales que se alimentan de las semillas, flores, frutos de los árboles nativos, fue pródigo con los privilegios del gran capital que arrasa nuestra diversidad y gracias a la ley de incentivos forestales se arriendan o se compran tierras a bajo precio, talando luego el hábitat de nuestra fauna silvestre con la indiferencia de todo el mundo. Mientras tanto se adormece a la opinión pública publicando con gran despliegue fotografías del director de La Carder y el Ministro del Medio Ambiente sembrando un arbolito o la imágen de los felices y risueños niños de la vereda en la cual el bosque nativo se transformó en "desierto verde" o "bosque silencioso", visitando por cuenta de la compañía maderera el zoológico donde, como en un frío orfanato, languidecen las especies a las que se les destruyó su hábitat, condenándolas a su extinción.