"Un hecho público, libidinoso e inmoral"
Corría el año de 1910; Santa Rosa de Cabal era una
población ubicada en el departamento de Caldas con
aproximadamente 15.000 habitantes, la mayoría de los cuales residía en la zona
rural. Los códigos morales se confundían con las normas legales y las
autoridades locales reprimían con mano férrea los apetitos carnales y deslices de
las parejas que no estaban unidas por el vínculo sacramental del matrimonio; la tenaza Estado e Iglesia se complementaba
con las homilías del clero inspiradas en la doctrina del teólogo Tyron Edwards
proferidas en el siglo XIX: “los placeres pecaminosos y prohibidos son como el
pan envenenado, tal vez satisfagan el hambre de momento, pero al final
solamente llevan a la destrucción”.
Por
eso, los apacibles feligreses no tenían otra alternativa que vivir de acuerdo
con el modelo de entonces: “que es lo que dicha aquí se llama; si no, no
conocer temor y con la Eva que se ama, vivir de ignorancia y amor”.
Pero “el hombre es fuego y la mujer estopa; viene el
diablo y sopla”. Federico Herrera era de
acuerdo con el abogado de la ciudad Francisco Gálvez “una persona viuda, útil
a la sociedad, de buena conducta, que
vivía en una pieza solo trabajando el arte de la dentistería”. Sin embargo, tal
vez por su soledad, Herrera era un bebedor empedernido y tenía para rendirle
culto a Baco cinco motivos: la llegada de un amigo, la sed del momento o la sed
futura, la bondad del vino y además … cualquier otra razón. Y el licor lo
convertiría en el protagonista principal de un escándalo que lo dejaría oliendo
a azufre y en las manos de la justicia.
El
domingo 4 de diciembre de 1910, día para santificar, de acuerdo con la liturgia
Cristiana, la población siguiendo los ritos ancestrales escuchaba La Santa
Misa, se aglomeraba luego en la Plaza de Colón para oír la lectura del Bando,
acto por el cual se daban a conocer los acuerdos del Concejo y los decretos de
la alcaldía y las damas “ muy perchudas ellas” hacían gala de su elegancia
paseando con sus consortes por la
encamellonada Calle Real.
Pero algo comienza a atraer la atención de quienes
disfrutaban su descanso dominical con el semblante de placidez que parecía
expresar “que bueno es no hacer nada y luego descansar”, pues de una vivienda,
herméticamente cerrada, ubicada en la Carrera Real y la Calle de Gómez salían
gritos, insultos, expresiones procaces, estertores y jadeos propios de una
demoníaca bacanal y así como la sangre acude a la herida, la población ávida de
una malsana curiosidad se agolpó al frente de la mencionada casa, precisamente
donde moraba Federico Herrera. Al corrillo se sumaron los agentes del orden quienes
conminaron a los protagonistas del escándalo a abrir la puerta, pero ninguna
respuesta tuvo el llamado de la autoridad aunque continuaron las vulgares
letanías que con fruición maliciosa eran paladeadas por los espectadores ante
la impotencia de los “guardianes de la moral y las buenas costumbres”. Sólo a
las 4 de la tarde, la puerta fue abierta y encontraron, como protagonistas estelares de una de las
calientes escenas del Decamerón, a Herrera en evidente estado de embriaguez y
una mujer semidesnuda quien aún no había
agotado su repertorio de maldiciones; tres personas más, dos hombres y una
mujer complementaban el lascivo elenco. Todos fueron llevados a la Casa
Consistorial donde quedaba la cárcel en la primera planta, mientras los
habitantes de la población hacían calle de honor al grupo trasformado ya en un
cortejo escapado de la corte del rey
Momo, el rey de los ebrios y alucinados pues tambaleantes y ocultando sus
desnudeces con cobijas de retazos eran conducidos a “brinco de sapo” ante el
alcalde Juan Bautista López.
El 5
de diciembre, después de ordenar levantar la información sumaria , el alcalde
inicia las declaración pertinentes iniciando con Rosa Emilia Jaramillo mujer
cuya edad oscilaba entre 14 y 21 años y María Adela González también de Manizales, Julio Ospina, Jaime
Giraldo, Domingo Londoño y Federico Herrera.
Una
vez culminadas las declaraciones y las indagatorias a Herrera y Domingo Londoño
quienes de acuerdo con las pruebas eran los responsables del ilícito, el
alcalde para garantizar sus comparecencias al proceso les ordena conseguir un
fiador, circunstancia que no era difícil pues La Fianza era una de las
instituciones más representativas de los pueblos de origen antioqueño, herencia
del espíritu cooperativo y las relaciones de confianza surgidos desde la
fundación cuando se construyó el patrimonio público con el trabajo comunitario.
El referido documento rezaba así:
“El día 6 de diciembre de 1910, comparecieron el señor
JOSÉ TRINIDAD DÍAZ Y BENITO OSPINA, mayores y vecinos de este distrito y
personas de reconocido abono y manifestaron que se constituyen fiadores de
cárcel segura de los señores Federico Herrera y Domingo Londoño y en
consecuencia se obligan:
A presentarlos cada y cuando se les exija con motivo de
ésta en el término prudencial que se le señale.
A aprehenderlos a su costa y a pagar los gastos de
aprehensión cuando se verifique su fuga.
A pagar al Tesoro Nacional la cantidad de diez pesos oro
caso de que no cumplan con lo estipulado, cantidad que se hará efectiva
comprobada sumariamente la falta de sus fiados.
El
proceso reveló las intimidades del hecho punible : Eran cerca de las diez de la
mañana y Federico Herrera libaba licor en compañía de Domingo Londoño, en la
pieza del primero; Los había sorprendido
la madrugada empinando el codo y ya estaban “copetones” y como la puerta de
acceso al local se encontraba abierta observaron a dos mujeres forasteras
rondando el lugar; Herrera intercambió
con ellas miradas significativas,
sabía que :
“la que mucho enseña lo que tiene,
darlo o venderlo quiere
Y mujer que al andar culea y al
mirar sus ojos mece, yo no
digo
que lo sea, pero sí que lo parece.”
Sin ningún preámbulo Herrera y Londoño habían
encontrado sus almas gemelas; el eterno femenino estimuló profusamente el
consumo de aguardiente y atraídos por la cálida reunión llegaron tres
contertulios más, pero dos de ellos al percibir que el jolgorio se convertiría
en orgía, salieron del cuarto. Y no se equivocaron; la puerta se cerró y cuando
el alcohol hizo sus efectos suprimiendo las inhibiciones y demostrando que ni
en la cama , ni en la mesa es útil la vergüenza, Herrera “hizo uso carnal” de
una de las mujeres en presencia de su compañero de farra Londoño y otro de los
visitantes, quienes no debieron quedarse haciendo el triste papel de
“voyeristas” observando como el dentista “galopaba el mejor de los caminos en
potra de nácar sin bridas y sin estribos”, disfrutando de la “petitmort” o
dulce muerte, pues la otra dama al sentirse asediada y presa del delirium
tremens empezó a proferir estridentes gritos y palabras obscenas, sin que
pudieran acallarla los frustrados sementales. A las dos de la tarde se hizo
presente la policía, ordenando abrir la puerta, pero sólo dos horas después les
dieron acceso a las autoridades.
Cual más , cual menos, todos hedemos. Francisco
Gálvez, era el abogado de los pobres en la localidad y aunque su labor no le
significaba un ingreso significativo, cumplía su labor con abnegación y se
esforzó al máximo por salvar a Herrera de una larga condena demostrando con
testigos que los excesos etílicos lo habían convertido en un fauno o sátiro
buscando desfogar su furor sexual, sin que pudiera controlar las pasiones; tal
es la liviandad de la carne en tales condiciones que hasta Noé, una vez
descubrió los espirituosos efectos del vino se convirtió en un estriper y quien
sabe hasta dónde hubiera llegado, si el sueño no lo hubiera vencido, como quien
dice, cual más, cual menos, todos hedemos.
El fallo. El 10 de enero de
1811, el alcalde de Santa Rosa de Cabal profirió la sentencia después de
consignar en sus considerandos que a poca distancia de la carrera más
concurrida se habían escuchado gritos y palabras procaces, proferidas por una mujer que llamaron la
atención de la mayor parte de los vecinos, mientras el señor Federico Herrera
efectuaba actos escandalosos y acciones deshonestas en presencia de otras
personas con la complicidad de Londoño
y
aceptando los argumentos de su abogado defensor condena a Herrera a pagar 8
días de prisión en la cárcel del municipio y a su compañero en la aventura
libidinosa Londoño, 4 días a la sombra en calidad de cómplice.
Tal
vez, al hacer el balance final de la larga jornada plagada de emociones
fuertes, los protagonistas llegarían a la misma conclusión que tendría Ciorán,
un filósofo que iría a deslumbrar al mundo muchos años después de los hechos
descritos:
El placer, muy
poco;
La posición,
muy ridícula
Y el precio, muy alto.
,
Ilustraciones. El despertar de la criada , pintor argentino.
Espalda obra del pintor Oscar Rodríguez Naranjo del Socorro (Santander)
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