El cruel duelo de gladiadores.(Tomado Internet) |
Los combates de gladiadores
surgieron en Roma, inicialmente como un acto funerario reservado a la
aristocracia. El rito sagrado exigía que la sangre de los gladiadores corriera en memoria de los muertos para “apaciguar los
espíritus” y evitar que desde el más allá, hostilizaran a quienes le
sobrevivieron por no haber recibido las honras y los honores debidos. Pero el
rito se convirtió en espectáculo público cuando los políticos, percatados de su
popularidad, los convirtieron en un instrumento de propaganda para obtener
grandes triunfos electorales y por ende fulgurantes ascensos en las altas
esferas del poder. La muchedumbre sedienta de emociones fuertes, premiaba con su
respaldo en las urnas a quien saciara su gusto por la sangre; por eso, el
coctel de sádicos se refinaba perversamente para satisfacer al populacho: al principio,
parejas de gladiadores enfrentados con diferentes armas, luchaban pos sus
vidas; luego, centenares de contendientes exaltaban el morboso frenesí del
público en batallas campales donde corría la sangre a raudales por el coliseo
romano; con frecuencia en el interregno del evento seres humanos eran devorados
por las fieras.
Aunque la posteridad ha rechazado el cruel espectáculo, en
nuestro país las altas cortes legitiman
las corridas de toros, que conservan la esencia y la crueldad del circo romano,
reconociéndolas como manifestaciones de tipo “cultural” e instan
perentoriamente al alcalde de Bogotá para acelerar la recuperación de la
plaza de toros. Nada más antagónico y contrario a la voz de la justicia que una
corrida de toros: para aceptarlas y digerirlas se debe apostatar y desconocer
los principios jurídicos y éticos que rigen nuestra sociedad: la igualdad del
combate entre el hombre y “la bestia” es alterada cuando al noble ejemplar se
le recortan las astas y lo debilitan a golpes antes de salir al ruedo; se hace
abstracción del sentido de la estética y la sensibilidad de todo ser viviente ,
cuando en cumplimiento de una de las fases de la lidia, el mozo de espadas,
según el histriónico narrador en su condición de apologista del inicuo martirio,
“deja un hermoso par de banderillas que adornan el lomo del toro”, ignorando el
drama y el tormento del astado, herido por
un lacerante arpón de hierro con garfios que adheridos al
cuerpo del cornúpeta, desgarran músculos y tejidos al desplazarse por la arena
para acudir a la provocación del matador; la legítima defensa y la inteligencia
para reaccionar a la agresión son desconocidas por los “amantes del arte de
cúchares” cuando el toro en vez de responder al engaño, “no se embriaga en el
capote” y ataca con decisión a su torturador, gritan indignados:” ¡ toro
asesino, toro matrero ¡” y lo matan apresuradamente para no correr riesgos. El
reproche público cae también sobre el hermoso miura cuando, como todo ser
viviente, siente el dolor y el instinto de conservación lo induce a alejarse de
los bárbaros que lo asaetean horadándolo , llenando su cuerpo de cráteres por
donde sale la sangre a borbotones:” ¡es un toro cobarde, se resiente ante el
castigo!”, vuelve a gritar indignado el personaje de clavel en el ojal y postizo
acento andaluz y la muchedumbre, como
dos mil años atrás, inclina el pulgar hacia abajo para apresurar la muerte del
noble astado de color azabache y de armoniosa estampa, no sin antes arponeándolo con
múltiples estocadas, muchas de ellas atravesadas, que ponen a sufrir al
respetable público, no por el dolor de la “bestia”, sino porque el torero va a
perder las ensangrentadas orejas y el rabo con el que premian “las artísticas
faenas”.
Banderilla , foto Internet. |
Al final, recostado contra las
tablas en un último esfuerzo por resistir la parca ya posesionada en la mirada sin brillo y
extraviada, en medio del aullido morboso que en crescendo brota de los tendidos,
cae para dar paso al picador, quién con la misma sevicia de sus
compañeros de tercio, aguijonea con la picana la imponente testuz del
agonizante toro; cubierto de oprobios el bovino ve venir la muerte como una
auténtica liberación, como el triunfo sobre el dolor, como el triunfo sobre la
barbarie humana , llamada “cultura” por quienes deben ser garantes del respeto
y la dignidad de todos los seres de la naturaleza.
En “el arrastre”, el
respetable, desde su cómoda silla y ahíto de ron y manzanilla, silba y abuchea
a los ejemplares “matreros” y los “cobardes”, a los primeros porque la
inteligencia está proscrita en el espectáculo y a los segundos porque se les
niega el derecho a tener instinto de conservación.
Una imagen vale más que cien palabras.(Foto Internet) |
Alguien comparó alguna vez
al toro lidiado en la fiesta bárbara con el pueblo: si levanta
mucho la cabeza hay que ordenarle al varilarguero que hunda profundamente hasta
las entrañas la siniestra lanza, para hacerle bajar la cerviz y “se embarque
cómodamente en el capote”, sin peligro para el diestro; si desarrolla
inteligencia, se debe acortar la faena, pues se prohíbe pensar en algo más que
“simplemente fútbol.
Algún día, cuando nuestra patria se inspire verdaderamente
en valores eternos, se respete la vida
humana y la dignidad de los demás seres de la naturaleza, las corridas serán
reconocidas como una tara social de infausto recuerdo.
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