La humanidad tuvo siempre
una deuda con la mujer y este prontuario también ensombrece nuestra historia.
Desde los albores de la fundación de Cabal, se empieza a construir la escuela
de varones, financiada con los peajes que pagaban viajeros y comerciantes por
cruzar el puente sobre el río Otún, erigido expresamente por la comunidad para
sufragar los gastos de la educación de los hombres. Pero las niñas eran
convidadas de piedra en el proceso de formación de la juventud y cuando un preceptor
visionario e incluyente, admitía una o varias niñas en el establecimiento, era
amonestado por el alcalde y la junta escolar e instado a retirarlas sin
apelación alguna. Mientras tanto, recibían la “instrucción propia de su sexo”,
en casas adaptadas como escuelitas privadas hasta las postrimerías del siglo
XIX.
Escuela San Vicente a principio del siglo XX. |
La deuda social que la ciudad tuvo al respecto empieza a cancelarse a
partir de 1897 cuando la comunidad, inspirada en la frase de Benito Juárez :”
si educas a una mujer, educarás a un pueblo”, aboca con entusiasmo y decisión
la empresa de construir una escuela oficial para niñas con el apoyo de un grupo
de religiosas de la comunidad Vicentina, llegadas de Francia. El recorrido de
las abnegadas Hermanas, encabezadas por
sor María Molanoff, fue una aventura épica para la época, pues debieron cruzar
el Atlántico, embarcarse por el Magdalena en un viaje plagado de peligros,
expuestas a las inclemencias de un clima malsano infestado de nubes de zancudos
y mosquitos, verdadero caldo de cultivo para las enfermedades tropicales y
luego, emprender el ascenso a nuestras montañas andinas cabalgando al filo de
la navaja en ariscas acémilas, vestidas con sus complejos e incómodos hábitos,
por riscos, abismos, tragadales y escuchando, tal vez con gesto comprensivo,
las imprecaciones, madrazos e insultos de los arrieros asaeteando a las mulas para que no quedaran
atrapadas en los voraces lodazales del camino. El trascendental momento
histórico tuvo un episodio emocionante, cuando todas las mujeres de la ciudad
hicieron su aporte en dinero o en especie para financiar el edificio proyectado, marcando el despertar de la conciencia de los derechos femeninos y
el trascendental rol de la mujer en una sociedad que hasta entonces la había
relegado a segundos planos: se abrió “el
libro de mandas y donativos de las señoras y señoritas para la construcción del
edificio escolar”. Del libro referido, relacionamos algunos de los aportes:
“ María Cármen Buitrago, colaboró con una tapia, su valor un peso con ochenta
centavos; María Jesús Bedoya, dos pesos; Bárbara Buitrago, diez pesos; Leonora
Buitrago, dos tapias, tres pesos con sesenta centavos; María Botero un peso;
María Clara de Hoyos, cuarenta centavos; Rosalba Buitrago, una gallina,
valorada por los peritos en cincuenta centavos; Luisa Buriticá, dos tapias; Ana María Cuervo, veinte centavos;
María Cármen Hoyos, un pollo equivalente a cuarenta centavos y María Rosario
Henao, una gallina. La lista es extensa y oscilaba entre veinte centavos y
cuatro pesos; eran excepcionales las de un precio mayor. La escuela San Vicente
se diseñó usando las técnicas constructivas de tapia y bahareque características
de la Colonización Antioqueña. Con el tiempo, como lo pretendieron sus gestores,
y para darle continuidad al encomiable proyecto educativo, funcionó
simultáneamente con el colegio Labouré en dos plantas dirigidas también por la comunidad Vicentina.
La disciplina, el rigor académico y
el compromiso de las educadoras y educadores de ayer y de hoy, convirtieron al
establecimiento en uno de los más representativos y con más prestigio en la
región y fue perfilando, con el concurso de La Escuela Apostólica, El Colegio
de Jesús y otros establecimientos creados después, el carácter de Ciudad
Educadora que identificó a la Ciudad Modelo, como la llamó el Presidente Marco Fidel Suárez.
Los santarrosanos tienen con
el colegio Labouré, una fuerte conexión espiritual: su esencia nos impregna cuando escuchábamos a
nuestras madres y abuelas entonar con sentimiento la marsellesa; al recordar a
las prestigiosas educadoras formadas en sus claustros, quienes además de moldear
el alma de sus alumnos, asumieron el rol de líderes políticos en su condición
de ediles o dirigiendo los destinos de la ciudad, como Inés León Valencia, mi
maestra de primeras letras, dos veces alcaldesa de nuestro terruño, y otras damas destacadas en múltiples campos del
saber; ellas encarnaron el sueño de aquellos que lucharon por la construcción de
la escuela en el siglo XIX: darle a la mujer la formación para tener un lugar
protagónico en la sociedad. Su edificio, además, hace parte de los atributos
del Paisaje Cultural Cafetero, declarado por la UNESCO Patrimonio de la
humanidad; restaurado le devolverá a Santa Rosa un símbolo como la Casa de la
Cultura de Marsella, reforzando así el
significado emocional que ha tenido para nuestra gente.
Basados en las palabras del ilustre jurista, doctor
Carlos Enrique Marín Vélez, aludiendo al Palacio Nacional en Pereira, podemos
decir El Colegio Labouré tiene un
inmenso significado moral e institucional: muchas páginas de nuestra historia
se han escrito en sus claustros.
Felicitaciones y mil gracias por este articulo y fotografías. En mi muro lo refiero y doy crédito.
ResponderEliminarQuiero saber de ATALAYA. mi correo amesasesor@gmail.com
Que belleza de documento espectacular
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