En el umbral de la polvosa puerta,
sucia la piel y el cuerpo entumecido,
he visto, al rayo de una luz incierta,
un perro melancólico dormido.
¿En qué sueña? Tal vez árida fiebre
cual un espino sus entrañas hinca
o le finge los pasos de una liebre
que ante sus ojos descuidada brinca.
Y cuando el alba sobre el orbe mudo
como un ave de luz se despereza,
ese perro nostálgico y lanudo
sacude soñoliento la cabeza
y se echa a andar por la fragosa vía,
con su ceño de inválido mendigo,
mientras mueren las ráfagas del día
para tornar a su fangoso abrigo.
Hungido en la cloaca
la agita con sus manos temblorosas,
y de esa tumba miserable saca
tiras de piel, cadáveres de cosas.
Este fragmento del poema Anarkos del escritor colombiano Guillermo Valencia, pinta en forma cruda, la angustia de este ser que constituye la "materialización de la naturaleza en su forma más noble". Una de las características de la actual sociedad es la insensibilidad. El drama que nos rodea nos ha recubierto con una coraza de indiferencia ante el sufrimiento humano y de los animales.
En psicología se emplea la palabra empatía para conocer el dolor ajeno; es sumergirse en la piel de los demás para vivir en carne propia su desgracia. Apliquemos la empatía para comprender el dolor del perro abandonado: en sus orígenes, cuando vivía en estado salvaje, era un feroz carnívoro que mataba para sobrevivir; el hombre lo domesticó y su agresividad se convirtió en nobleza. El perro se civilizó, pero el hombre continuó desplegando soberbio y altanero su salvaje violencia y crueldad. El mal llamado " Rey de la Creación" abandona o sacrifica sin escrúpulos a su "mejor amigo" cuando no lo necesita o busca satisfacer sus intereses: en los momentos más acíagos de la invasión alemana a Rusia, los comandantes de las fuerzas soviéticas ordenaron reunir la mayor cantidad posible de perros. Gozques, falderos, mascotas, dogos y cachorros fueron decomisados sin consideración alguna, ante la congoja de los impotentes mujiks.La redada canina hacía parte de un perverso plan para convertirlos en carne de cañón y obtener ventajas en el conflicto pues fueron privados de alimento durante días y hasta semanas; cuando estaban famélicos y a punto de desfallecer por inanición, se les suministraba la comida salvadora debajo de un tanque de guerra. El proceso se repetía insistentemente, aplicando la teoría de los reflejos condicionados de Pavlov, hasta que la imágen de la artillada máquina de muerte se convertía para el can en el medio de salvación.Luego, durante los combates, después de días de vigilia se sujetaban al cuerpo de los desesperados animales letales bombas y cuando la jauría era soltada, se dirigía directamente hacia los tanques de guerra creyendo encontrar allí su alimento. Era el momento en que los rusos activaban los explosivos atomizando canes e inutilizando los blindados panzers nazis.
El fin justifica los medios, pensarán algunos,pero la sociedad sigue un código no escrito laxo y cruel con los animales y en especial con el perro: "lo trató como un perro", lo mató como un perro", son expresiones comunes que legitiman la patente de corso para aceptar como normal el desprecio hacia el hidalgo ser y algo peor, cínicamente acuñó la palabra "perro", para insultar con los ojos inyectados en sangre, cuando la referida acepción debía personificar la grandeza o el altruismo.
Hoy vemos en Santa Rosa al mísero can, como el simpático paria de la fotografía, deambulando por la ciudad, asaeteado por el hambre y las enfermedades y la agonía de pasar días sin probar bocado, rechazado por la colectividad y unas autoridades indiferentes que lo ignoran y consideran indigno de ser acogido en sus políticas gubernamentales.
Si visibilizáramos la angustia de nuestros gozques callejeros, veríamos un cuadro sublime de resignación, miedo, humildad y nobleza con múltiples estrategias para sobrevivir sin violentar la convivencia social: algunos corneados por el hambre, pacientemente esperan a las puertas de restaurantes, tiendas o carnicerías y cuando un alma sensible los provee de un mendrugo de pan, hacen una pausa antes de ingerir la precaria pitanza para levantar la cabeza y agradecer con una plegaria en la mirada a su benefactor; otro, enfundado en un feo y carcomido pellejo, espejo de una larga y dolorosa agonía, huye hasta de un gesto cariñoso, porque en su triste deambular sólo ha encontrado el rechazo y la agresión, pero no son pocos los que haciendo gala de resiliencia, ignoran el repudio y siguen frecuentando al hombre con una amable e ignorada expresión corporal dibujada con el brillo de sus ojos y el ondear de sus colas.Todos ellos indefectiblemente están condenados, una vez vencidos por el hambre y la ingratitud, a agonizar en el quicio de una puerta y el último suspiro lo consumirán en el esfuerzo inútil de arrastrarse procurando evitar el agua o la manteca hirviente lanzada por un sádico para ahuyentarlos de sus predios.
En un país donde los mezquinos intereses personales privan al pueblo de la salud, omite la debida atención a los niños y a los ancianos, este comentario puede lucir para algunos cursi, sensiblero y fuera de contexto; pero el hombre es más humano cuando asiste a los animales desprotegidos y víctimas del maltrato, SOBRE TODO CUANDO NOS HAN DADO LECCIONES DE CIVILIZACIÓN, COMO EL PERRO.
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