Hace ya algún tiempo
mientras recorría las calles de Pereira, observé a un niño portando una tosca vara de la cual
pendían a manera de llaveros, las figuras de Pokemon, serie televisiva con una
gran audiencia entre la población infantil de entonces. Aproveché la
oportunidad para adquirir uno de los muñequitos con el fin de obsequiárselo a
un sobrino, gran admirador de los referidos dibujos animados, pero al momento
de cancelar la compra con un billete de veinte mil pesos, el precoz comerciante
me dijo desconsolado: “ay.. no tengo devuelta, hoy no he bajado bandera”. En el
lenguaje del comercio informal, significaba que no había vendido absolutamente
nada. Sin embargo, cuando me disponía a marcharme, el recursivo niño, con una
seguridad digna de brindarle confianza, literalmente solicitó el billete para
cambiarlo y a manera de garantía me dejaba la vara con su mercancía; como soy
de reflejos lentos, me vi de pronto en plena séptima con dieciocho con la vara
y los monigotes, mientras mi único capital se hacía humo.
Foto Internet. |
Después de diez minutos de espera, comienzo a recuperar el sentido común y mis atrofiadas neuronas empiezan a debelar la trama urdida por un pequeño embaucador: diez figuras a dos mil pesos cada una, sumaban veinte mil pesos, las mismas veinte mil barras que habían emprendido el vuelo. Sin embargo, después de veinticinco minutos y contra todas las evidencias continuaba sembrado en la misma esquina, mientras un profuso sudor corría por mi rostro; bueno, en realidad dada las circunstancias, no era sudor, en mi fuero interno sabía que era el agua bautismal señal de ingenuidad y torpeza; no en vano Jesucristo habló en las bienaventuranzas de los mansos, ¡ no de los mensos!. Para colmo de males, buena parte de Santa Rosa había decidido transitar por la concurrida esquina y sus miradas de sorpresa me indujeron a buscar en vano instintivamente una pared para camuflar la situación.
Cuando resignado, empezaba a
guardar en mis bolsillos a pokemon y su
corte de personajes, veo con sorpresa como aparece el niño; extenuado, sudoroso
y jadeante y casi balbuciendo me dijo, “yo pensé que no lo iba encontrar, tuve que bajar hasta El Lago,
porque nadie me cambiaba el billete”. Yo más tranquilo por haber recobrado la
dignidad, le pregunté por qué no se había quedado con el dinero, casi con indignación me contestó: “no, señor;
eso no se puede hacer, porque uno se sala y no vuelve a bajar bandera nunca más.”
Fue una hermosa lección de
ética por parte de un humilde infante sumido injustamente en la dura economía
del rebusque, que me devolvió en su momento, la confianza en la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario