Mucha agua ha pasado bajo el
puente sobre el río San Eugenio, desde la fundación de nuestra ciudad. Lejano
está aquel domingo 13 de octubre de 1844, cuando con la firma de Fermín López
como testigo y el policía Vicente Muñoz, encarnando la autoridad civil, se dejó constancia
que el decreto expedido por el Presidente Pedro Alcántara Herrán autorizando la
fundación del “Sitio” llamado Cabal, ubicado en la Provincia del Cauca, se
había leído ante los primeros habitantes del lugar, cumpliendo con la promulgación, el último requisito
para formalizar el referido acto administrativo como se hacía con todas las disposiciones
de entonces, quedando así el decreto debidamente perfeccionado.
La promulgación
se hacía por bando, cuando con voz
engolada y teatral y después de un redoble de tambor, uno de los funcionarios ante la
presencia del pueblo, leía como se expresó anteriormente la norma,
generalmente, después de la misa mayor. Con estas solemnidades quedaba en firme
el orden jurídico, la ley se presumía conocida por todos y se aplicaba con
pleno rigor, la expresión “La ignorancia
de la ley, no exime de culpa. Establecidas estas bases por el Estado, para
regular el proceso de poblamiento, es a los fundadores a quienes les
correspondió la aplicación del referido canon legal. Muy pronto, “el sitio” se convirtió en aldea; nombran
corregidor a José Antonio Pino y como agrimensores encargados de medir las
fanegadas de tierra (hasta sesenta, según el número de integrantes de la
familia) se designa a Gregorio Londoño y al padre José Ramón Durán de Cázares.
Una junta de salubridad integrada por los vecinos se encarga, además de velar
por la prevención y el control de las múltiples epidemias propias de la época,
de establecer la lista de quienes gratuitamente irían a cumplir con el trabajo
colectivo construyendo el patrimonio público como caminos, cementerio, cárcel y
puentes donde el viajero pagaba un impuesto de pontazgo y así obtener recursos para financiar la
construcción de la escuela y la remuneración del preceptor o maestro, único que
desde los albores de la fundación ganaba un sueldo.
Niños 1941. |
En 1852, la aldea se
convirtió en Distrito, equivalente a
lo que hoy constituyen los municipios con derecho a ser gobernados por un
alcalde y un concejo de tres miembros.
El espíritu colectivo fue la esencia de la época y la expresión Dios y Patria, refrendaba la firma de
los regidores inicialmente, y de los alcaldes después.
Niño con "San Benito" 1941. |
Binomio
sociedad civil - funcionarios públicos. La marcha institucional de
la localidad siempre estuvo regida por la estrecha relación entre
representantes del pueblo y autoridades a través de entidades como la Junta de
Caminos, de Obras Públicas, de escuela de niñas, junta para clasificar a los
vecinos y determinar de acuerdo a su capacidad económica, los días que debían trabajar en las obras
públicas.
Estas juntas y otras con incidencia en la comunidad, eran integradas
por el
Personero, quien fungía como representante legal del municipio y cuatro o más
ciudadanos de reconocida idoneidad que recaudaban los recursos pagados por la
comunidad. Por ejemplo, la junta de caminos, con su respectivo tesorero, administraba los ingresos cancelados
por los ciudadanos por este concepto y hacía el presupuesto para la
construcción y mantenimiento de la vasta red de vías rurales que conectaba a la
cabecera con la zona rural. Esta alianza estratégica entre sociedad civil y
empleados garantizó, con pocas excepciones, el buen manejo del erario público y
el respeto por su inversión en pro del bien común. El bien ajeno o la propiedad
privada seguía la huella de los mismos causes éticos, por lo general, aunque
valga la pena reconocerlo, existían personajes que se convertían en el terror
de los gallineros, compitiendo con las chuchas en la sustracción de las
referidas “gumarras”; sus “hazañas” contravencionales quedaron en la memoria
colectiva en los versos y chascarillos
producto de la ironía popular de la época, como: “Sale la luna
Sale el lucero
Sale Juan G.
Para el gallinero
o el chasco que se llevó el director de la cárcel en 1919, cuando una de estas aves de corto vuelo, una mimada “cubanita”, adoptada como mascota por los reclusos de entonces, desapareció; los penados indignados, acordaron mover cielo y tierra para recuperarla, encomendándole a cada interno que cumpliera condena o saliera con licencia indagar por la suerte de la mascota perdida y ¡ Oh sorpresa¡, las pesquisas surtieron su efecto y la descubrieron en el solar de la amante del director de la cárcel, a quien después de un proceso policivo sustanciado por el alcalde, fue destituido y confinado en la prisión que antes dirigía, mientras veía como los detenidos recobraban su alegría y compartían sus pitanzas, con su idolatrada gallinita y sus seis pizpiretos pollitos que había empollado mientras estaba fuera de la penitenciaría.
El
primer escándalo por corrupción. La década del 20, durante el
siglo pasado, va marcando el rompimiento de una sociedad campesina y rural: los
conservadores se dividen en dos grupos enemigos acérrimos, uno de ellos encabezado
por Pedro Luis Jiménez; aparecen partidos y líderes como María Cano defendiendo
con valor las ideas socialistas y el
liberalismo se insinuaba ya como el movimiento político que iba a romper la
hegemonía azul. En 1930, el tesorero del municipio se había retrasado en la
rendición de cuentas y después de una exhaustiva visita fiscal se descubrió un
desfalco de consideración, si se consideraba la ausencia de antecedentes en
ilícitos de esta magnitud. La compañía de seguros resarció los daños del manejo
irregular con una casa endosada al municipio; la vivienda sirvió más tarde como
un establecimiento educativo. ¡La inocencia se había perdido¡.
Santa
Rosa, hoy. Y
dando un gran salto en nuestra historia, la realidad de la ciudad de hoy nos
presenta un hecho notorio e inquietante: las trampas del poder manifestadas en
el mesianismo, los halagos cortesanos; el crecimiento de los recursos públicos
que convierten al mandatario en un rey
Midas; la enajenación de la
independencia y voluntad en el fragor del certamen electoral pignorando lo que
debe estar destinado al bien común y las
zalemas de quienes tienen intereses creados, han encandilado a los gobernantes frustrando sus carreras que alguna vez
convencieron a quienes los eligieron y marcando con letra escarlata la
desconfianza en nuestra precaria democra
Espada de Damocles. El cortesano sentado en el trono del Rey, capta los riesgos del poder al mirar una espada pendiendo sobre su cabez, sostenida por un delgado hilo. |
La
espada de Damocles. Ad portas de unas nuevas elecciones, el
abanico de candidatos a la alcaldía presenta a lado de aspirantes con experiencia, damas y caballeros
jóvenes dispuestos a dar la batalla por
el relevo generacional. Sólo me resta, para terminar el presente artículo recordar
a Cicerón, quien alude a los avatares del poder mencionando la envidia que sentía
un cortesano de su rey, por su vida de halagos , poder y “gloria”; el monarca,
ante la terca insistencia, lo invitó a sentarse en su trono, cosa que en el
acto hizo su candoroso súbdito; pero no tardó un segundo sin que se le helara
la sangre, pues al mirar hacia arriba, vio una amenazante espada que pendía
sobre su cabeza, suspendida por un débil hilo. Sobra decir, que ejercer la
autoridad, además de sus privilegios, tiene otra cara: la de los avatares, los
retos y las dificultades y sobre todo, se debe ejercer con Responsabilidad.
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