Pello
o la trascendencia de la humildad.
Pello, aunque también algunos
se referían a él como Peyo, fue posiblemente el personaje típico más reconocido
en la historia de la ciudad y a pesar de su modestia y humildad dejó una
profunda huella en nuestro medio.
Lucía un sombrero que armonizaba con su raído
y remendado saco; siempre portaba un kilométrico lazo enrollado en su hombro y constituía
su más valioso tesoro. Como era común entre las personas de su clase, cazaba
agrias disputas con los niños de la época, cuyas continuas provocaciones y
burlas lo incitaban a mentar la madre, “en todos los idiomas” y además, en
tecnicolor. Era no obstante, sus limitaciones de espíritu, la persona de
confianza de los notables de la ciudad porque cumplía con verdadera fe de
cruzado las misiones encomendadas que iban desde sencillos mandados como el encierro de reses hasta la remisión de
dinero. Con poca modestia se auto proclamaba “el mejor mandadero de la ciudad”;
el celo y la honestidad con que cumplía los encargos, le granjearon el aprecio
y el respeto de la ciudadanía con la excepción, claro está de los mortificantes
párvulos, sus rivales naturales, quienes le arrancaban sentidas lágrimas de
frustración, rabia y dignidad ofendida
cuando lanzaban la burlona expresión: “Pello, véndame el lazo”. Sí,
dignidad; porque su vida estuvo signada por el empeño de servir a los demás y
celoso reclamaba cuando otro era el escogido para la prestación de algún
servicio.
Pello, el personaje salido de la entraña de nuestro pueblo, más querido en la historia de la ciudad. |
Entre este personaje y el
pueblo surgió una significativa empatía y cuando falleció la comunidad acudió masivamente a su sepelio; el alcalde de
entonces en una emotiva alocución enalteció los valores de quien no obstante su
pobreza y sencillez, dejó un amable recuerdo en nuestra memoria colectiva hasta tal punto que, en medio del duelo, se propuso erigir una escultura en el centro
de la plaza de Bolívar alegórica al lazo, su único patrimonio. El proyecto no se
llevó a cabo pues según testimonio de quienes lanzaron la propuesta, nosotros
los santarrosanos, somos como “llama de tusa”: al principio un refulgente
resplandor y después la iniciativa queda en “veremos”. Pello llegó a frisar los
límites de la leyenda, porque se comentó durante mucho tiempo que su humilde
ataúd se desfondó y para asegurarlo, emplearon el lazo que le dio el sustento
en su vida; el destino confabuló para acompañarlo también en su última morada.¿
Fantasía o surrealismo?, bueno, no sé; pero en el argot de nuestras gentes se
incorporó después de su fallecimiento, una nueva expresión: la palabra “Pello”
para hacer alusión a la persona cuya vestimenta está raída, rota o desteñida
por el uso. Su vida demostró que al mundo lo mueve no sólo la actividad d la
dirigencia, sino “la suma de los pequeños empujones de cada trabajador honrado,
por humilde que sea.
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