Lucero Bustamante
Aristizábal o el arte de servir.
En los primeros años del siglo XX
en Santa Rosa de Cabal, unos pocos
faroles de petróleo, ubicados en las calles públicas, proyectaban tenues y
agonizantes fulgores que apenas atenuaban la lobreguez de la noche. En el
interior de las viviendas, candiles y velas de sebo proyectaban sobre las
desconchadas paredes de bahareque las sombras y siluetas de quienes, después
del rosario y en medio de una animada conversación, paladeaban la merienda
antes de entregarse al reparador sueño que les permitiría afrontar los afanes
del nuevo día con fe y entusiasmo. Pero en 1916, este decorado cambió radicalmente:
Santa Rosa inauguró la luz eléctrica y la noche tuvo un nuevo significado. Otra
era nacía en nuestra comunidad estimulando actividades como la formación de la
banda municipal e institucionalizando las retretas en el parque de Colón donde
la gente acudía masivamente a alimentar el espíritu con conciertos de música
clásica, llamada entonces “música culta”. Desde entonces, el pueblo acuñó una
frase para reivindicar y reconocer aquel ciudadano asertivo, servicial y
entusiasta para promover causas cívicas y solidarias catalogándolo como “la luz
eléctrica de la ciudad”. Don Luis Grégory, con su fina estampa y desbordada
emoción, don Marcial García con “la sopa del necesitado”, entre otros, fueron ungidos por este reconocimiento espontáneo
nacido del agradecimiento popular.
Hoy, cuando se han desdibujado los valores que inspiraron a los fundadores, la señora Lucero Bustamante Aristizábal, encarna el espíritu de aquellos hombres y mujeres de antaño honrados por su amor a la ciudad y capacidad de servicio equiparando sus ejecutorias con el servicio público que cambió la faz de la ciudad, acreditando así su hidalguía ciudadana. Lucero, nacida en el seno de una familia que ha dinamizado la actividad comercial en nuestra localidad, con su esposo Omar del Río siguiendo la tradición familiar y ceñidos al legado de valores heredados de sus ancestros han moldeado con fe de cruzados desde hace 22 años un establecimiento con el coloquial nombre de “Tinto Parao”, brindándole al cliente la oportunidad de paladear un café de calidad que evoca el bosque nativo y el trino de nuestras aves y predispone el alma para emotivas y enriquecedoras tertulias sobre lo humano y lo divino, ecos de una de las grandes cualidades que adornan el talante de los pueblos de origen antioqueño: el don de la palabra. Pero además, el usuario que no concibe un día sin degustar la cotizada bebida encuentra en la versatilidad y don de gentes de Lucero valiosos servicios adicionales como los familiares “encargos”, tanto en dinero como en especie, y muchas más informaciones sencillas, prácticas y valiosas en nuestra actividad cotidiana. Esta tradición, forjada durante años, ha hecho que el aura del local comercial desborde las fronteras y se convierta en un referente para propios y extraños; allí acuden numerosos turistas deseosos de catar las delicias de nuestra emblemática rubiácea y conocer a través de la amable anfitriona todos los detalles para aprovechar al máximo su estadía en nuestra ciudad y en el corazón de los santarrosanos que hacen Patria en otras latitudes, ocupa un lugar privilegiado en el relicario de añoranzas del solar nativo. Algunos canales Latinos del exterior, a instancias y sugerencias de nuestros coterráneos, ausentes pero conectados espiritualmente con la tierra que los vio nacer, han desplazado a sus reporteros con la misión exclusiva de documentar la historia de la “familia de Tinto Parao”, sí familia, porque propietarios y usuarios están unidos por fuertes vínculos afectivos como se demostró en la reciente contingencia que puso a prueba la fortaleza moral de Lucero y Omar, pero que generó una movilización general de solidaridad y apoyo por parte de todos los estamentos de nuestra ciudad y el departamento. Son muchas las actividades que reivindican y refrendan la cohesión social e identidad que dimanan del establecimiento, algunas de ellas se evidencian cuando usuarios y transeúntes se unen en torno a la pantalla chica para vibrar con las victorias de nuestros ciclistas en las grandes vueltas del mundo, sufrir o gozar con los juegos de la selección Colombia, esperar todo un día los resultados de las elecciones atenuando por supuesto las tensiones con buenas dosis de café, liberar con frenesí y exaltación las emociones contenidas en eventos donde fueron o son protagonistas nuestros deportistas como cuando Edgar Rentería iluminado por la llama interior de la fe, la decisión y la confianza le dio el título mundial a los Marlins con un soberbio batazo cuyos ecos aún no se han borrado de la memoria colectiva del país .
1997, Egar Rentería conecta el batazo que le dió el título a
Los Marlins de La Florida.
Bueno, soy consciente que mis
modestas palabras no alcanzan a hacer justicia ni a retratar la dimensión
humana de quien ha convertido el servicio a los demás y el trabajo en beneficio del bien común, en la esencia de su
existencia; por eso, para complementar la historia de vida de Lucero Bustamante
Aristizábal, apelo a una frase de Sor Teresa de Calcuta : “ el fruto del
silencio es la oración, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el
servicio, el fruto del servicio es la paz”
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