A medio camino entre la
tradicional Y de las “jaleas” y el
ramal que se desprende de la carretera a Termales de San Vicente, en dirección
al corregimiento de Guacas, hay un árbol que como todas las maravillosas
manifestaciones de nuestra zona rural, permanece invisible a los ojos de los
transeúntes. No luce sus galas y colores de antaño y es evidente su deterioro;
su tallo luce desnudo pues buena parte de su corteza ha sido cercenada dejando
a la vista un lacerado tronco. Una rápida lectura de la referida imagen nos
permite inferir la causa de sus “heridas”: el árbol es un drago, considerado
por los botánicos una verdadera panacea y fuente de curación para muchas
enfermedades; además de sus propiedades terapéuticas, su embargo, la globalización
y la indiferencia del Estado hacia los efectos colaterales tinta tenía para las
comunidades indígenas un valor trascendental en los rituales mágicos que los
conectaba con las fuerzas de la naturaleza y la espiritualidad. Su mutilación,
aparte de ser un acto de sacrificio en beneficio del ser humano, como todo en
la naturaleza, revela que de la memoria colectiva aún no han desaparecido del
todo, el conocimiento ancestral heredado por nuestros abuelos. Sin sobre el
patrimonio ambiental, cuando se otorgan desde la capital las licencias para las
servidumbres minero energéticas y los proyectos forestales borrarán en poco
tiempo todo rastro de la mágica dinámica de nuestros bosques, el caleidoscopio
de colores y trinos de nuestras aves y la dimensión restauradora de las plantas
nativas.
Todo está predispuesto para
que los designios de los imperios comerciales del país y del mundo con base en
capitales golondrinas, conviertan la patria en un erial yermo y gris: el hombre
moderno indolente y egoísta le ha dado la espalda a la naturaleza, y cuando se desconocen
sus normas, el ser humano rompe con la piedra angular de su existencia: si es
creyente, rompe con Dios; si no lo es, se desliga de sus afectos eternos, su
familia o con todo aquello que en alguna época le dio significado a su vida.
Esto explica el caos; el Armagedón que vivimos ha convertido a la patria en un
vómito de borracho, donde sólo los microbios se mueven con propiedad y sientan
sus reales en las altas esferas del poder.
Sin embargo, desde las
regiones, desde los municipios es posible resistir y mitigar los efectos del
modelo económico impuesto y aunque de la memoria colectiva se han borrado las
raíces, debemos, como la persona que ha perdido la memoria, empezar de cero,
identificando y valorando desde las formas de vida más elementales de nuestro entorno,
hasta las más fastuosas; desde las aves con menos “glamur” como el gallinazo o
el garrapatero, hasta los soberbios barranqueros o carriquíes; desde las
humildes plantas, plenas de propiedades curativas, satanizadas con el
peyorativo calificativo de rastrojos o malezas, hasta los imponentes lembos,
madroños o carboneros hoy, exóticos en nuestros campos; desde el jurásico armadillo calificado
infamantemente como “gurre”, hasta nuestro mono aullador rojo, acorralado y a
merced de las “fauces del progreso y la creación de riqueza”. Si hacemos omiso
de la referida receta, no podremos mirar de frente a las nuevas generaciones.
La defensa de nuestro
patrimonio ambiental y cultural no es cosa de románticos y poetas; es cosa de
pragmáticos.
NO ME CANSO DE VISITAR SU BLOG ME ENCANTA felicitaciones por las reseñas y las fotos, las de la sierra son de la finca de mi padre humberto
ResponderEliminarsierra
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Gracias César Augusto. Aprecio mucho a don Humberto a don Diego y en general a toda la gesta de la familia Sierra.
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