martes, 8 de octubre de 2019

Santa Rosa ciento setenta y cinco años-



Mucha agua ha pasado bajo el puente sobre el río San Eugenio, desde la fundación de nuestra ciudad. Lejano está aquel domingo 13 de octubre de 1844, cuando con la firma de Fermín López como testigo y el policía Vicente Muñoz, encarnando la  autoridad civil, se dejó constancia que el decreto expedido por el Presidente Pedro Alcántara Herrán autorizando la fundación del “Sitio” llamado Cabal, ubicado en la Provincia del Cauca, se había leído ante los primeros habitantes del lugar, cumpliendo con la promulgación, el último requisito para formalizar el referido acto administrativo como se hacía con todas las disposiciones de entonces, quedando así el decreto debidamente perfeccionado.


 La promulgación se hacía por bando, cuando con voz engolada y teatral y después de un redoble de  tambor, uno de los funcionarios ante la presencia del pueblo, leía como se expresó anteriormente la norma, generalmente, después de la misa mayor. Con estas solemnidades quedaba en firme el orden jurídico, la ley se presumía conocida por todos y se aplicaba con pleno  rigor, la expresión “La ignorancia de la ley, no exime de culpa. Establecidas estas bases por el Estado, para regular el proceso de poblamiento, es a los fundadores a quienes les correspondió la aplicación del referido canon legal. Muy pronto,  “el sitio” se convirtió en aldea; nombran corregidor a José Antonio Pino y como agrimensores encargados de medir las fanegadas de tierra (hasta sesenta, según el número de integrantes de la familia) se designa a Gregorio Londoño y al padre José Ramón Durán de Cázares. Una junta de salubridad integrada por los vecinos se encarga, además de velar por la prevención y el control de las múltiples epidemias propias de la época, de establecer la lista de quienes gratuitamente irían a cumplir con el trabajo colectivo construyendo el patrimonio público como caminos, cementerio, cárcel y puentes donde el viajero pagaba un impuesto de pontazgo y así  obtener recursos para financiar la construcción de la escuela y la remuneración del preceptor o maestro, único que desde los albores de la fundación ganaba un sueldo.







Niños 1941.

En 1852, la aldea se convirtió en Distrito, equivalente a lo que hoy constituyen los municipios con derecho a ser gobernados por un alcalde y un concejo de tres miembros.  El espíritu colectivo fue la esencia de la época y la expresión Dios y Patria, refrendaba la firma de los regidores inicialmente, y de los alcaldes después.






Niño con "San Benito" 1941.




Binomio sociedad civil - funcionarios públicos. La marcha institucional de la localidad siempre estuvo regida por la estrecha relación entre representantes del pueblo y autoridades a través de entidades como la Junta de Caminos, de Obras Públicas, de escuela de niñas, junta para clasificar a los vecinos y determinar de acuerdo a su capacidad económica,  los días que debían trabajar en las obras públicas. 


Estas juntas y otras con incidencia en la comunidad, eran integradas
por el Personero, quien fungía como representante legal del municipio y cuatro o más ciudadanos de reconocida idoneidad que recaudaban los recursos pagados por la comunidad. Por ejemplo, la junta de caminos, con su respectivo  tesorero, administraba los ingresos cancelados por los ciudadanos por este concepto y hacía el presupuesto para la construcción y mantenimiento de la vasta red de vías rurales que conectaba a la cabecera con la zona rural. Esta alianza estratégica entre sociedad civil y empleados garantizó, con pocas excepciones, el buen manejo del erario público y el respeto por su inversión en pro del bien común. El bien ajeno o la propiedad privada seguía la huella de los mismos causes éticos, por lo general, aunque valga la pena reconocerlo, existían personajes que se convertían en el terror de los gallineros, compitiendo con las chuchas en la sustracción de las referidas “gumarras”; sus “hazañas” contravencionales quedaron en la memoria colectiva en  los versos y chascarillos producto de la ironía popular de la época, como: 

“Sale la luna
Sale el lucero
Sale Juan G.
Para el gallinero
 o el chasco que se llevó  el director de la cárcel en 1919, cuando una de estas aves de corto vuelo, una mimada “cubanita”, adoptada como mascota por los reclusos de entonces, desapareció; los penados indignados, acordaron mover cielo y tierra para recuperarla, encomendándole a cada interno que cumpliera condena o saliera con licencia indagar por la suerte de la mascota perdida y ¡ Oh sorpresa¡, las pesquisas surtieron su efecto y la descubrieron en el solar de la amante del director de la cárcel, a quien después de un proceso policivo sustanciado por el alcalde, fue destituido y confinado en la prisión que antes dirigía, mientras veía como los detenidos recobraban su alegría y compartían sus pitanzas, con su idolatrada gallinita y sus seis pizpiretos pollitos que había empollado mientras estaba fuera  de la penitenciaría.




















El primer escándalo por corrupción. La década del 20, durante el siglo pasado, va marcando el rompimiento de una sociedad campesina y rural: los conservadores se dividen en dos grupos enemigos acérrimos, uno de ellos encabezado por Pedro Luis Jiménez; aparecen partidos y líderes como María Cano defendiendo con valor  las ideas socialistas y el liberalismo se insinuaba ya como el movimiento político que iba a romper la hegemonía azul. En 1930, el tesorero del municipio se había retrasado en la rendición de cuentas y después de una exhaustiva visita fiscal se descubrió un desfalco de consideración, si se consideraba la ausencia de antecedentes en ilícitos de esta magnitud. La compañía de seguros resarció los daños del manejo irregular con una casa endosada al municipio; la vivienda sirvió más tarde como un establecimiento educativo. ¡La inocencia se había perdido¡.










Santa Rosa, hoy.  Y dando un gran salto en nuestra historia, la realidad de la ciudad de hoy nos presenta un hecho notorio e inquietante: las trampas del poder manifestadas en el mesianismo, los halagos cortesanos; el crecimiento de los recursos públicos que convierten al  mandatario en un rey Midas;   la enajenación de la independencia y voluntad en el fragor del certamen electoral pignorando lo que debe estar destinado al bien común  y las zalemas de quienes tienen intereses creados, han encandilado a los gobernantes   frustrando sus carreras que alguna vez convencieron a quienes los eligieron y marcando con letra escarlata la desconfianza en nuestra precaria democra



Espada de Damocles. El cortesano sentado en el trono del Rey, capta los riesgos del poder al mirar una espada pendiendo sobre su cabez, sostenida por un delgado hilo.




La espada de Damocles. Ad portas de unas nuevas elecciones, el abanico de candidatos a la alcaldía presenta a lado de aspirantes  con experiencia, damas y caballeros jóvenes  dispuestos a dar la batalla por el relevo generacional. Sólo me resta, para terminar el presente artículo recordar a Cicerón, quien alude a los avatares del poder mencionando la envidia que sentía un cortesano de su rey, por su vida de halagos , poder y “gloria”; el monarca, ante la terca insistencia, lo invitó a sentarse en su trono, cosa que en el acto hizo su candoroso súbdito; pero no tardó un segundo sin que se le helara la sangre, pues al mirar hacia arriba, vio una amenazante espada que pendía sobre su cabeza, suspendida por un débil hilo. Sobra decir, que ejercer la autoridad, además de sus privilegios, tiene otra cara: la de los avatares, los retos y las dificultades y sobre todo, se debe ejercer con Responsabilidad.  

miércoles, 29 de mayo de 2019

Santarrosanos en la Guerra de Corea (Segunda parte)




El primer batallón Colombia salió por el puerto de Buenaventura, otros zarparían de Cartagena, rumbo a Corea, y después de cruzar el Pacífico llegaron a Pusan en corea del sur. El desolador panorama los estremeció y aunque la recepción por parte de los aliados fue efusiva y animada por himnos que inflamaban el fervor por su misión, la realidad parecía decirles: “bienvenidos al infierno, Colombianos” : todo era destrucción y ruinas. Entre los escombros y los profundos cráteres dejados por las bombas deambulaban grupos de niños huérfanos,  con la mirada perdida a quienes les habían arrebatado el alma, sus afectos y el deseo de vivir; algunos integrantes de las unidades de sanidad conmovidos les brindaron apoyo y compartieron con los  infantes parte de sus raciones, pero fue imposible propiciar siquiera una imperceptible sonrisa en su rostro, o que sus ojos insinuaran un fugaz destello de la luz que antes les reveló la belleza de la vida. El miedo, el estrés, y el hambre habían agotado hasta sus lágrimas.


 
Don Efraím Beltrán C. Soldado santarrosano, combatiente en Corea e integrante del Segundo Batallón Colombia, cuyo valor fue reconocido por los altos mandos de las Naciones Unidas y la comandancia del Batallón colombiano.



Medalla recibida por don Fabio Llanos combatiente santarrosano en Corea.



                                                             Don Fabio Llanos santarrosano
                                                                    combatiente en Corea.




                                              Condecoración Estrella de Bronce otorgada a 
                                                                 don Fabio Llanos  
                                            


Pero en la guerra no hay lugar para el sentimiento y muy pronto recibieron las rigurosas instrucciones de combate donde la deshumanización, como tósigo letal, era el pasaporte  para la supervivencia; la entrega del Fusil MI era el punto culminante del crucial rito antes de recibir el bautismo de fuego: “Este será en adelante, dice el oficial, su única familia, ya sus padres, hermanos, sus mujeres y novias quedarán en un segundo plano; este fúsil, será su compañero inseparable que sólo la muerte podrá arrebatárselos y el único que podrá propiciar el regreso a la patria y el reencuentro con sus seres queridos.”. Sus almas se iban blindando aún más, al pasar por el cementerio de las Naciones Unidas erizado de cruces marcando las tumbas de los soldados de diez y seis naciones caídos en combate, ver los hornos para incinerar los cuerpos de las fuerzas enemigas y la entrega de la placa o código de guerra que en adelante los identificaría. Fueron cuatro los Batallones Colombia que participaron en los tres años que duró el conflicto; cuando arribó el primero en 1951, ya Corea del Norte había pasado el paralelo 38 invadiendo a Corea del Sur, tomando a su capital Seul; luego las tropas de la O.N.U, penetraron en territorio invasor  asumiendo el control de la capital norcoreana Pyongyang; sin embargo, una ofensiva de las fuerzas comunistas habían reconquistado esta capital. La imaginación se queda corta para describir el horror, el valor y el carácter de nuestros combatientes para cumplir una misión, que no alcanzaban a comprender, pero cuando “un soldado empieza a pensar, casi ha dejado de serlo”; por eso,  no había lugar para razonar;  cruzado el rubicón ya no había marcha atrás, la suerte estaba echada, “alea jacta est” como dijo Julio César y se enfrentaron al horror con la consigna del cazador : que se teme al oso, se teme; pero una vez frente a él, no se piensa sino una cosa : ¡qué no se escape”




Minuto de silencio en memoria de los soldados colombianos muertos en Old Baldy, en la sangrientabatalla , participó don José Diego Cañas G. Al fondo el cerro escenario del dramático enfrentamiento.



El infierno pintado por Dante palideció, comparado con la odisea de Corea: incursiones en cerros fuertemente defendidos, bajo letales bombas que al estallar en el aire esparcían en el entorno mortales partículas, confrontaciones bajo incesante fuego de granadas, artillería y  bombas incendiarias de  napalm en medio de la nieve con temperaturas inferiores a 25 grados bajo cero, como si el infierno se hubiera congelado; explosivos que literalmente desintegraban a sus víctimas; valerosas expediciones para rescatar los cuerpos de sus compañeros muertos, envueltos en material detonante  dejados como señuelos al alcance de la artillería rival; soldados semi enterrados en sus trincheras por efecto de bombas y morteros, mientras sentían al enemigo caminar sobre ellos, pensando quizás que en esos angustiosos momentos era viernes santo en Colombia y sus seres queridos oraban postrados ante la Virgen del Carmen  por sus vidas  o, ya en la penosa condición de prisioneros, capturando ratas y cucarachas en sus mazmorras para cambiarlas por cigarrillos. Old Baldy, fue quizás la más sangrienta de las batallas librada por El Batallón Colombia,  donde oleadas de chinos con espíritu suicida estremecieron la línea de defensa de los colombianos suscitando algún comentario injusto.



 
Don José Diego Cañas G. Integrante del Tercer Batallón Colombia.


Tarjeta de Filiación de don José Diego Diego Cañas.





Constancia expedida por el ejército colombiano que acredita las condecoraciones recibidas por su valor.






                                  Don William García, quien prestó sus servicios en la Fragata 
                                           La Bayona, llamada después Almirante Brión.
                                                                        

Histórica bandera con la cual la Brigada de Institutos Militares  recibió a los integrantes del Batallón
                                                           Colombia.

Quiero recordar con respeto y admiración a quienes no regresaron a la patria y a los que superaron esta prueba de horror, la mayoría de ellos, como el Coronel de García Márquez, fallecieron esperando una pensión del Estado o un cargo público que nunca obtuvieron, en especial a los Santarrosanos Efraím Beltrán C, quien siguió sirviéndo a la patria como agente de policía, don José Diego Cañas Galvis, quien recibió dos medallas por sus valientes acciones en las batallas del monte 180 y la heroica defensa del monte Old Baldy quizás la más escabrosas y violenta de todas las libradas por los colombianos. Una vez reincorporado a la vida civil, prestó sus servicios a la Empresa Arauca, entidad que reconoció  la responsabilidad como asumió su deber de conductor al mando del "legendario expreso de La Dorada"; a don Fabio Llanos a quien tuve el honor de conocer y otros que espero no queden en el olvido como don Jorge Alirio Bustos y don Augusto Echeverry. Todo su valor queda resumido con la frase del comandante de la vigésima cuarta división norteamericana, MG. Blackshear Bryan :


” HE COMBATIDO EN TRES GUERRAS, PENSÉ QUE NADA ME FALTABA POR VER EN EL CAMPO DEL HEROÍSMO Y LA INTREPIDEZ HUMANA , PERO ME FALTABA POR VER COMBATIR AL BATALLÓN COLOMBIA”.


Bibliografía: Roa Martínez Alejandro, Sangre en Corea y datos adicionales obtenidos en conversaciones con los protagonistas y familiares de los combatientes y notas de El Tiempo.
      
Jaime Fernández Botero. Blog: Atalaya Santa Rosa de Cabal.
  


viernes, 3 de mayo de 2019

Guerra de Corea: santarrosanos en el infierno.




En 1948 es asesinado en Bogotá el líder Jorge Eliécer Gaitán, quien encarnaba los ideales de redención  de los sectores populares del país. El referido magnicidio trajo  profundas consecuencias sociales y políticas que cambiarían la historia de la nación: aparte del estallido social en la capital  y otras ciudades del país, muchos de los seguidores de quien pregonaba “no soy un hombre, soy un pueblo”, desencantados y defraudados de nuestra falaz democracia, se refugiaron en el campo, donde crearon las llamadas “repúblicas independientes”. Inmolado quien representaba su esperanza de  tener en la presidencia alguien que interpretara sus sueños de justicia e igualdad, se vieron obligados a realizar una resistencia civil armada contra el Estado, legítima en ese momento y que después dio origen al surgimiento de la guerrilla colombiana.


Registro del diario El Tiempo del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán.

 Mientras el país se sumía en el enfrentamiento partidista, en otras latitudes se encendía una nueva hoguera, cuyos efectos alcanzaría a ensombrecer aún más nuestra convulsionada realidad: la península de Corea, que hasta 1945, estuvo invadida por Japón, una vez vencido “el imperio del Sol Naciente”, fue repartida como botín de guerra entre dos de las poderosas potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial. El norte quedó bajo el dominio de Rusia y el sur, bajo el imperio de Estados Unidos; el primero Comunista y el segundo Capitalista. El paralelo 38 Servía de frontera entre los dos territorios. Pero, en 1950, Corea del Norte, buscando la unificación de la estratégica península, avanzó con sus tropas arrasando las fuerzas del sur, pasando con decisión el paralelo 38 y …¡ ahí fue Troya¡. Las Naciones Unidas a instancias de Estados Unidos convocaron con prontitud a las repúblicas “democráticas” del mundo”, “para defender la libertad y las ideas occidentales”; temían la dinámica del   dominó: una vez caída la primera ficha, corea del sur, las demás naciones asiáticas correrían la misma suerte propagando el comunismo y como Colombia vivía la misma paranoia, pues la muerte de Gaitán y el estado de conmoción interna se le atribuía al comunismo, Laureano Gómez, presidente de entonces, aceptó el llamado conformando en noviembre de 1950 el batallón Colombia de infantería para hacer parte de la coalición de países de Estados unidos, Etiopía, Inglaterra, Canadá y otros Estados que lucharían contra las fuerzas de Corea del Norte , Rusia y sus aliados, sobre todo, los Chinos, quienes  pusieron a prueba el valor de los nuestros.. Colombia fue el único país de Suramérica que participó en el conflicto.



Don José Diego Cañas G, valiente  integrante del Batallón Colombia quien combatió en Corea.

La selección de quienes irían al frente de batalla, a arriesgar su vida en una guerra ajena, estaba muy distante de ser profesional: de las diferentes compañías del país, primero solicitaron “voluntarios”; si estos escaseaban, elegían a quienes carecían de padres o madres, ”ustedes se van, decían sus superiores, porque no tienen dolientes” ; otros, aplicando una mordaz modalidad de ruleta rusa, vendaban a uno de los reclutas; éste, a ciegas escogía a quienes irían al Batallón Colombia y se hacía como en un juego, entre risas, pues aún no conocían la espeluznante misión que cumplirían. No faltó el comandante que obedeciendo a extraños designios, a dedo, seleccionaba sólo a uno del numeroso contingente a su cargo, asignándole el dudoso honor de ir a disputar a sangre y fuego, “la tierra de nadie”, como en tiempos bíblicos hizo el rey David, al situar a Urías, el esposo de su amante, a la vanguardia de su ejército. La naturaleza humana es la misma en todas las épocas.


Mapa de las dos coreas, separadas `por el paralelo 38.




Las embrujantes islas de la Polinesia.


Siempre admiré y disfruté de la amistad de los santarrosanos  que integraron el Batallón Colombia; ellos, en un país bajo Estado de Sitio, vivieron lo que los griegos llamaban El destino (ananké), era una fuerza superior, no sólo a los hombres sino incluso  a los mismos Dioses, estaban signados por el hado fatal y un trágico determinismo histórico que los llevó a la infernal contienda; una verdadera cita en Samarcanda, imposible de resistir. A pesar de su condición de sencillas gentes del pueblo, al menos los que conocí, se convirtieron en protagonistas de nuestra historia, buena o mala, según el punto en que se mire, pero tienen un lugar en los acontecimientos que marcaron al país. Recuerdo como contaban con emoción sus vivencias al salir de las fronteras patrias y observar maravillados el Canal de Panamá, describir la sensualidad de las mujeres de la polinesia en Hawaii, con la belleza de quienes embrujaron a Paul Gauguin y casi propiciaron que los marineros de Magallanes desarmaran sus barcos arrancando los clavos para cambiarlos por una noche de pasión con las ardientes isleñas; la conmoción experimentada al cruzar el meridiano 180, que divide al mundo y marca el cambio de horario, y los breves, pero envidiables momentos experimentados en Japón, aunque no todos tuvieron esta fortuna, de disfrutar como samuráis occidentales, los encantos de las geishas, muñecas de porcelana diestras en las exóticas artes amorosas. Tal vez, las vivencias narradas se asemejan a la suerte del condenado a muerte, a quien antes de su ejecución le permiten cumplir su última voluntad degustando un frugal banquete. Después vendría la infernal experiencia. Continuará. 


Meridiano 180 grados, que marca el cambio de horario, había que ajustar el calendario: ya no era miércoles, era jueves.



  

El vuelo del Cóndor.


El vuelo del “Cóndor”

En 1915 Santa Rosa era todavía una aldea de calles polvorientas, con un marcado acento campesino. Una hermosa pila traída de europa, que antes engalanó el entorno de la iglesia de Manizales, abastecía de agua a comerciantes y semovientes  congregados en los días de feria y de mercado en el entonces parque de Colón. Pero el bucólico poblado vivía momentos de tensión e incertidumbre y, guardando las proporciones, era un microcosmos de la lucha de clases que dividía al viejo continente: La élite social se congregaba entorno al Juez Civil del Circuito, doctor Félix Isaza y en su núcleo familiar sobresalía por su belleza e inteligencia, su hija blanca, una joven que apenas frisaba  los quince años y ya insinuaba su sensibilidad y notables calidades literarias, llegando, decían entonces, a enajenar el corazón del gran bardo Julio Flórez. En la otra orilla, se destacaba por sus ímpetus físicos, Pedro Eduardo Botero, un arriero cuyo fogoso temperamento se forjó trasegando con sus indómitas mulas  incipientes caminos, ríos caudalosos y empinadas cuestas mientras  los vientos huracanados y las tormentas violentas flagelaban sin misericordia a hombres y acémilas. Sin embargo, los madrazos y el lenguaje procaz, necesarios y propios de su oficio, pasaban a un segundo plano, cuando su gran pasión, el periodismo afloraba agitando en el pueblo por medio de su periódico “El Cóndor” ideas y cuestionamientos que herían el orgullo y amor propio de quienes ostentaban emperifollados rangos de corte civil o político.


Antigua casa cerca del puente sobre el río San Eugenio, en el Camino del Privilegio, que tantas veces pasó el célebre arriero.


 Pero, Pedro Eduardo Botero, era además, un “chasqui” y a la manera de los mensajeros del imperio Inca, empacaba en el “hatillo”, la noble mula encargada de portar las encomiendas más delicadas, los ejemplares del “Cóndor” para  distribuirlos en las aldeas y caseríos por donde pasaba y a su vez, recibía las gacetillas e impresos editados en los referidos villorios, dinamizando en su arduo periplo  la economía y realizando un admirable ejercicio intelectual articulando un valioso intercambio de información y cultural entre remotas y aisladas aldeas.




Los legendarios arrieros que enlazaron lejanías ( foto tomada de Internet.)
Y mientras en otras latitudes empezaba a estremecerse el “establecimiento”, en Santa Rosa estalló el conflicto entre el pueblo raso y la élite dominante; la chispa que encendió la controversia fueron las irónicas palabras con las cuales la joven Blanca Isaza se refirió a uno de los escritos de Pedro Eduardo, desatando la furia de éste, quien presa de “ira e intenso dolor, motivado por grave e injusta provocación” convirtió el periódico El Cóndor en desbordado panfleto para atacar a la distinguida familia y a la clase social que ésta representaba. La ciudad se dividió y los agravios proferidos por el febril Botero en El Cóndor, eran contestados por “El Chapola”, otro periódico que tomó como bandera la defensa de los intereses “de la gente de bien”, agravando las tensiones, mientras las demandas y contrademandas de parte y parte alteraban más el orden público. Ante la gravedad de la situación, tuvo que intervenir la gobernación aplacando el embrollo con radicales medidas de policía. Pedro Eduardo Botero fue detenido y poco tiempo después El doctor Félix Isaza se radicó en Manizales, ciudad donde Blanca llegó a ser una de las más grandes poetizas de Colombia, quedando en su memoria un sabor amargo de la ciudad y un grato recuerdo consignado en un hermoso poema al río San Eugenio.


El autor, Jaime Fernández , en el camino El Español, Marsella, tras las huellas de Pedro Eduardo Botero.


Todos estos incidentes ocurrieron en Santa Rosa, dos años antes que estallara la Revolución Rusa y se estableciera “la dictadura del proletariado”.          

La Araña Negra.


El 20 de marzo, se cumplió un aniversario más de la muerte del legendario guardameta Soviético Lev Yashin, acaecida en 1990. Pocas figuras del deporte enardecieron a los aficionados de antaño, como La Araña Negra, denominado así por su oscura indumentaria y una sorprendente agilidad que daba la impresión de tener ocho tentáculos para atrapar el balón. Era unánime la opinión de entonces de catalogar su arco como impenetrable. Pero el aura de misterio que rodeaba su figura tenía también otras causas, aparte de sus felinas hazañas. El mundo vivía la llamada “Guerra Fría” y Estados Unidos y Rusia no ahorraban esfuerzos por imponer el primero el capitalismo y el segundo el comunismo, empleando para ello el espionaje, la desinformación plagada de mentiras e infundios, el sabotaje y el fomento de guerras civiles para deponer gobernantes y expandir sus áreas de control e influencia. En América, sólo Cuba era comunista y gravitaba en torno a la órbita soviética, las demás naciones del continente, entre ellas Colombia, veían al país del Tío Sam como el providencial aliado que “protegía la democracia, brindaba desinteresada ayuda económica y sofocaba los focos de rebeldía inclinados a implantar “La Dictadura del Proletariado”. A través del programa Alianza para el Progreso, los niños de las escuelas recibían alimentos, quesos y otros refrigerios  refrendando así  la simpatía de La población hacia los mandatarios estadounidenses; uno en especial Jhon Fitzgerald Kennedy y su esposa Jacqueline  fueron objeto de especial admiración. Por eso, en medio de esta confrontación ideológica febril y apasionada, en nuestro medio para  la propaganda oficial, Rusia, encarnaba a satán, destilaba un aroma de azufre y el reino del mal; por ende,  las paredes se empapelaban con consignas de “Cuba no, Colombia sí”; la paranoia de la época, reprobaba la conducta de quienes dejaban crecer su barba, convirtiéndolos en  objeto de reproche público al catalogarlos como seguidores confesos de los ideales socialistas por emular la fisonomía del líder cubano Fidel Castro y políticamente el llamado Frente Nacional, excluyó a quienes no comulgaban con los idearios de los partidos liberal o conservador, de toda opción de ocupar cargos públicos.



La legendaria Araña Negra.


Y en medio de este Armagedón ideológico y social, alimentado con falacias y temor llegó el mundial de fútbol de Chile en 1962; por primera vez Colombia clasificaba al trascendental evento. La expectativa llegó a su clímax pues el calendario del certamen enfrentaba a nuestra selección con Rusia,  en cuyas filas militaba  el mejor portero del mundo. Aunque Colombia perdió con Uruguay el primer partido, el entusiasmo no decayó y el segundo encuentro contra los soviéticos paralizó al país y lo congregó en torno a los radiorreceptores, pero ya en el minuto 56, se tenía la convicción que “Dios no era Colombiano”: perdíamos 4 a 1, el desaliento cundió y cuando empezaba la desbandada de los desmoralizados radioescuchas, la tricolor en un arrebato de inspiración empató el cotejo, dejando al legendario Yashin deshonrado y con el agravante de haber recibido el único gol olímpico en la historia de los mundiales. La gesta deportiva llenó de orgullo el alma nacional y aunque Yugoeslavia en el partido siguiente mató las ilusiones vapuleándonos con un contundente 5 – 0, durante mucho tiempo la hazaña permaneció en nuestra memoria colectiva; no era para menos: se había sorprendido a la selección campeona de Europa, envuelta siempre en un halo de enigmas y secretos ocultados tras la cortina de hierro y además conjurado el hechizo de quien luego sería catalogado el mejor portero del Siglo XX, y único guardameta que ha recibido el Balón de Oro.


El cancerbero en plena acción.





En 1962, Loa jugadores de la federación rusa, tenían en sus camisetas la inscripción CCCP, que identificada a la entonces poderosa Unión Soviética. El orgullo que produjo el célebre empate hizo que los colombianos le dieran una reinterpretación a la referida sigla: "Con Colombia casi perdemos".


El 21 de marzo también se conmemoró el día de nuestros bosques, amenazados y casi sin dolientes a nivel institucional. Tal vez y como dolorosa paradoja, su mágica dinámica sólo es exaltada poéticamente en anuncios pagados en medios de comunicación por empresas que explotan los recursos no renovables   reivindicando con sofismas su conservación, pero tan distantes de la realidad como la que vivimos durante La Guerra Fría.