Gabriel García Márquez nos
cuenta como los habitantes de Macondo fueron víctimas de “La peste del olvido”,
cuya patología borró de la memoria del pueblo no sólo su historia, sino también
el nombre de los objetos y bienes de uso cotidiano. Para contrarrestar los nefastos efectos de la
amnesia colectiva fue necesario identificar con un rótulo cada utensilio y su
respectiva función. Así, en la batería de cocina como se llamaba el ajuar
doméstico de entonces, se leía: ” esto es un pocillo y sirve para tomar café”,
“ ésta es una chocolatera”… y la lista continuaba sin omitir el más humilde de
los trastos y trebejos. Parece contradictorio, pero algo parecido ocurre con la
sociedad moderna ajena por completo a las lecciones de la historia, el
conocimiento de nuestra geografía y la ignorancia de la importancia de la flora
y fauna nativas. No en vano vemos como se omite y se desnaturaliza la realidad
en provecho de oscuros intereses, desconocemos la trascendencia de una riqueza
hidrológica y orográfica seriamente afectadas y vemos casi indiferentes como
las selvas y bosques desaparecen entregados al mejor postor o calcinados por el
fuego siniestro provocado por “manos criminales”.
Pueblos libres arrancados de sus querencias, condenados a sufrir la ignominiosa esclavitud. |
La crueldad del ser humano llevada a su máxima expresión por su mezquino espíritu utilitarista . |
Pero no siempre fue así. La
memoria histórica y la tradición fueron valiosos elementos para que las
comunidades primitivas conservaran las gestas, hábitos, usos y costumbres
necesarios para preservar la esencia de sus culturas: el libro Raíces, escrito
por Alex Haley, narra la historia familiar a lo largo de siete generaciones
desde el momento en que sus antepasados fueron apresados en África y aunque
consultó documentos y otras fuentes auxiliares durante doce años para auscultar
el drama de sus ascendientes, la visita a Gambia le permitió al autor conocer
circunstancias de modo, tiempo y lugar de gran valor para escribir su historia.
Por tradición oral, no obstante el tiempo transcurrido, aún la comunidad
guardaba en la memoria como en un relicario, la época en que sus ancestros
fueron encadenados y arrancados de sus hogares y lares nativos y otros hechos
fundamentales para lograr contextualizar su obra, plasmando así, gracias a la
memoria colectiva, las características de la ignominiosa esclavitud.
Crámica Quimbaya |
La cultura Quimbaya se destacó por sus fina sy elegantes piezas de oro, realizadascon la técnica a la cera perdidada, que no conocían lo seuropeos. |
La
tradición ha sido un rasgo distintivo del ser humano en todas las culturas.
Allende de las costas africanas, cruzando el inmenso mar, otro drama se
desarrollaba en América y en particular en nuestra región, el territorio
Quimbaya. Los aborígenes fueron sometidos por medio de “la espada y la cruz” a
toda clase de vejámenes para, a costa de
sus vidas, colmar la insaciable y enfermiza sed de oro y riquezas de los
españoles También en el seno de esta martirizada etnia, la tradición se
conservó de generación en generación aprovechando para ello las fiestas y
mientras bailaban y bebían iban recordando los nombres de caciques, gestas y
sus epopeyas más importantes.
Pero su historia desapareció cuando literalmente
fueron extinguidos.
Colonos antioqueño, que también conservaron la memoria histórica, la tradición oral como medio para preservan los rasgos más sobredalientes de su cultura. |
Colonos antioqueños ue con el lema DIOS Y PATRIA, forjaron la Civilización Cafetera. |
Otro pueblo, el colonizador antioqueño, vino con el tiempo
a copar el territorio Quimbaya, atraídos muchos de ellos por las ricas tumbas de
los hijos del viento desaparecidos. Producto del nuevo asentamiento surgieron
las sementeras, el café, los abigarrados doseles verdes formados por nogales,
robles, yarumos, nísperos y fragmentos de selva que le servía de sombrío a la
rubiácea convertida en un verdadero maná vegetal y aunque se disolvió la continuidad
entre quienes se perdieron en la bruma del tiempo y la diáspora de antioqueños,
también la memoria histórica afianzó las
raíces e identidad de los hijos del maíz, pues por las noches después del
rosario, todas las familias se reunían en torno al fogón a escuchar las
andanzas de patasolas, jinetes sin cabeza, madremontes y otros endriagos. Estas
leyendas, además de cumplir el rol de control social, reafirmaban los valores y
creencias de la comunidad. La entronización de otras especies del grano, la
tala sin piedad del sombrío, la dependencia tecnológica extranjera con venenos
e insumos y nuevas realidades desdibujaron nuestra cultura.
No es exagerado decir que
hoy, la peste del olvido como en Macondo, borró nuestra memoria histórica y se
requiere volver a las raíces para preservar identidad y valores; de lo
contrario, la era digital y la avasallante globalización martillará el último
clavo del ataúd en que se sepulta una valiosa cultura declarada patrimonio de
la humanidad.