lunes, 1 de junio de 2015

Historia del reloj del templo de Santa Rosa.

                                                   
Por Jaime Fernández Botero.

Corría el año de 1895, regía los destinos del municipio Alejandro Arango curtido militar que había desafiado la muerte en varios de los conflictos civiles del país: “cuando el espacio se llenaba de humo”, nos cuenta el padre Diego María Gómez,” y la tierra temblaba con los estampidos de la fusilería, él, puesta su fe en Dios; permanecía impávido, frío como el mármol que cubre los sepulcros; frío como la muerte misma”. La viruela, como siniestro jinete del apocalipsis, dejaba en la población su estela de muerte, ceguera y rostros desfigurados; la epidemia sorprendió a las autoridades y para afrontarla improvisaron un precario hospital de virulentos en las instalaciones del matadero municipal, desplazando a los “matanceros” y autorizándolos para sacrificar las reses en el campo. No obstante, nunca las vicisitudes arredraron al pueblo y pese a los infortunios, las actividades parroquiales seguían, sin prisa, pero sin pausa.




En 1930, después del solemne desfile conmemorando el 20 de julio, las autoridades del municipio posan desde la torre central de la antigua iglesia. Al fondo el histórico reloj.

Las clases escolares se dictaban de las 7 a las 9 de la mañana y de las diez y media a las tres y media de la tarde; pero hasta el alcalde municipal llegaron las quejas de varios empleados y vecinos cuestionando la eficiencia de maestros y directivos porque las tareas se iniciaban entre un cuarto y media hora más tarde, contrariando las precisas estipulaciones del reglamento ministerial para las escuelas primarias del Cauca. Al sacerdote francés adscrito a la Escuela Apostólica, Juan Floro Bret, en su condición de Inspector local de Instrucción Pública, le correspondió realizar  la investigación pertinente llegando a la conclusión que los educadores no tenían responsabilidad en el hecho, pues “la falta de puntualidad proviene en parte del descuido de los padres de familia que generalmente ocupan a sus hijos en las primeras horas de la mañana y en parte también de carecer la población de un reloj público.” Con base en el informe del levita galo, se establecieron los correctivos pertinentes “excitando a los padres de familia para que mandaran a sus hijos a las escuelas a las debidas horas y se enviase un comisario de policía con la licencia del párroco para dar algunos toques en la campana de la Iglesia a las siete, nueve y diez y media de la mañana y a las tres y media de la tarde”. Así se hizo y el horario inherente a las tareas escolares se efectuó con la precisión exigida por las autoridades de la época quienes refrendaban sus actos administrativos con la expresión “Dios y Patria”. Adicionalmente quedó como meta a corto plazo la adquisición en Europa de un reloj
que además llevara a los ejidos y al campo de la apacible aldea la arraigada tradición heredada de España “la Hora del Ángelus”.

El historiador Jaime Fernández Botero y uno de los hermosos vitrales de La Basílica Menor Nuestra Señora de las Victorias, construido en 1954 por la Casa Velasco de Cali.



Mucha agua pasó desde entonces bajo el puente del río San Eugenio, pero en 1911 el sueño de los santarrosanos se cumplió y desde Múnich (Munchen) Alemania, se  trajo un reloj de dos esferas construido en 1901, con los estándares técnicos de una  de las mejores empresas del viejo continente. La máquina se instaló en la pequeña iglesia de madera y desde entonces los santarrosanos “de a pie” no tuvieron que mirar al sol para ubicarse en el tiempo y conocieron con precisión “La Hora de la Oración” para suspender todas sus labores, mientras con voz queda y reverencial rezaban:” El ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo….”

Una vez se erigió el frontis y las dos enhiestas torres después de 1935, el reloj se empotró en una de ellas. El tiempo pasó y el reloj no volvió a funcionar; la modernidad había borrado de nuestra memoria la técnica inherente  a los referidos artefactos de péndulo; además pocos se animaban a desafiar las alturas y las crujientes escaleras de madera que daban acceso al gélido reino de búhos y palomas hasta que un humilde, pero recursivo personaje, se encargó de reactivarlo de nuevo: el célebre “Román”. José Román Velásquez era un inventor nato, pero empírico, sin formación académica alguna; entonces andaba por las polvorientas calles de la ciudad en un ruidoso carromato ensamblado por él y con tres cambios:” lento, más lento y parado”. Su capacidad para descifrar las leyes de la mecánica quedó demostrada cuando con tuercas desechadas, piedras y hasta valiéndose de una imagen de un Niño Dios encontrado en un basurero, el creativo Román ajustó el sistema de pesos y contrapesos necesarios para darle vida al inerte reloj.

José Luis Lopesino, ciudadano español que restauró el reloj posa al lado del complejo engranaje del histórico patrimonio cultural de la ciudad. 


Cuando el espíritu inquieto del pintoresco personaje partió hacia la eternidad, quedó de nuevo el cronómetro sin dolientes; inactivo en plena era digital, desapareció de la memoria colectiva este patrimonio histórico de la ciudad hasta que el padre Luis Bernardo Manjarrez R., párroco de nuestra Basílica Menor, tuvo la feliz idea de invitar  a un ciudadano español residente en Jamundí, con estudios en Suiza alusivos a estas joyas de la precisión, con el fin de evaluar su estado. José Luis Lopesino, natural de Mondejar, provincia de Guadalajara, España, con más altruismo y espíritu de servicio que interés pecuniario, aceptó la invitación y como Julio César “vino, vio y venció” porque en poco tiempo, con la colaboración del personal de la empresa santarrosana Indujara, reconstruyó las piezas averiadas o inexistentes y el reloj que conectó el alma de nuestro pueblo con la fe de los fundadores, testigo de gestas cívicas, históricas y sociales y también  de oscuros pasajes incitados por la pasión política, volvió a marcar, como antaño, el ritmo de la ciudad. José Luis Lopesino habla con emoción de su obra y con el sentimiento de quien valora el patrimonio cultural de un pueblo quiere sensibilizarnos sobre las fortalezas de la ciudad porque como dijo Menendez y Pelayo :” donde no se conserva piadosamente la herencia del pasado pobre o rica, grande o pequeña, no esperemos que brote un pensamiento original, ni una idea dominadora. Un pueblo puede improvisar todo, menos la cultura intelectual.”


La célebre "Hora del Ángelus" de Millet.


Post Scriptum.  La hora del ángelus surgió en Francia durante el siglo XV cuando Luis XI impuso un rezo tres veces al día como advocación a la tradición Cristiana de la Anunciación por parte del ángel a María de la encarnación del hijo de Dios. El tenor de la referida oración decía: “El ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo. He aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra, el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros ..”

La oración se propagó por todo el mundo cristiano y especialmente adquirió especial devoción en el campo, durante la siembra y la recolección de la cosecha. El pintor realista francés Jean Millet plasmó en el lienzo magistralmente la escena de una pareja campesina interrumpiendo su trabajo en la campiña para rezar el ángelus, la oración que recuerda el saludo del ángel  a la Virgen María en la  anunciación “en medio de un llano desértico los dos campesinos se recogen en su plegaria, sus caras quedan en la sombra  mientras que la luz destaca sus gestos y las actitudes consiguiendo expresar un profundo sentimiento”.

El Ángelus de Millet se convirtió en una obsesión perturbadora para Salvador Dalí quien realizó distintas reinterpretaciones de la pintura, pero además, casi como a manera de firma, insertó en algunas de sus obras alegorías a la pareja rezando en el campo camufladas entre las sub realistas e impactantes imágenes plasmadas por su pincel mágico.

Una de las muchas reinterpretaciones de "La Hora del Ángelus" hecho por Salvador Dalí.


Otra pintura de Dalí relacionada con la célebre pintura de Millet.



Mucho se ha escrito sobre el origen sobre los fantasmas de Dalí, pero su aguda percepción de genio pudo haber establecido una conexión entre la muerte de su hermano Salvador con la imagen de Millet, pues más tarde se comprobó por medio del rayo láser,que inicialmente el artista había pintado dentro de la cesta que reposa sobre el árido suelo a un niño de pocos meses de edad, recién fallecido; los dos personajes eran sus afligidos padres. El tema conmovió tanto a quienes lo vieron por primera vez, que Millet previendo una censura por parte de la opinión pública y de quienes ostentaban el poder optó por borrar el pequeño ataúd por una cesta, variando el tema inicial del dramático sepelio por una arrobadora oración de un par de sencillos labradores.

Y tal vez esa era la razón de los temores, fantasmas y obsesiones de Dalí con el hermoso cuadro de Millet.