viernes, 8 de agosto de 2014

La Colonización Antioqueña: una empresa cooperativa.
Jaime Fernández Botero.

En 1949  James Parsons, profesor de la Universidad de Berkeley, publicó la obra La Colonización Antioqueña en el occidente de Colombia; la investigación, producto de varios años de riguroso trabajo de campo, se convirtió en un referente de la historiografía nacional. Posteriormente sus postulados, fundados en una presunta sociedad democrática e igualitaria conformada por pequeños y medianos propietarios, fueron rebatidos ferozmente por otros historiadores catalogándolos como” leyenda rosa”  y a manera  de conclusión definitiva refrendaron  el axioma “el hombre ha sido siempre un lobo para el hombre”, muy en boga en la época de la Guerra Fría. En la comunidad académica quedó como un dogma la lapidaria hipótesis; cualquier alusión en contravía era catalogada como carente de rigor histórico por ser ya “un caso juzgado” como diría un abogado y la investigación de Parsons devaluada hasta el punto de encontrar en algunos de sus textos, expresiones peyorativas y descalificadoras transcritas a mano:” estos conceptos están revaluados” y “… ¡mentiras!”.


Marsella , Risaralda llamado el Municipio Verde de Colombia, aún conserva parte de los atributos y la herencia de la Colonización Antioqueña.


Pero, si bien es cierto, en la referida diáspora intervinieron terratenientes y especuladores de tierras que acosaron a los colonos (Concesiones Aranzazu y Burila) y la violencia también tiñó con sangre las aldeas y sementeras ( en el siglo
XIX, cada diez años en promedio los” Padres de la Patria”, bajaban de su pedestal y orquestaban funestas guerras civiles), la esencia colectiva de la época trascendió e incidió para formar pueblos comunitarios, solidarios y comprometidos con su querencia, gracias a instituciones que propiciaron la construcción del patrimonio público con base en el trabajo colectivo, las relaciones de confianza y la intervención de la ciudadanía por medio de juntas en la marcha institucional.




Antecedentes.


Después de 1830, La Nueva Granada siguiendo claros objetivos orientados a establecer una política agraria en beneficio de sectores campesinos pobres, comienza a adjudicar tierras baldías para la fundación de nuevas poblaciones. La ley fundamental que propiciaría el impulso de la agricultura en el país, fue dictada el 6 de mayo de 1834 y sancionada por el  general Francisco de Paula Santander, alusiva a  “la colonización y repartimiento de tierras baldías”. Esta norma constituyó una verdadera ley marco que reguló la entrega de tierras durante el siglo XIX, bajo pautas de equidad, ofreciendo además a los potenciales pobladores  estímulos adicionales como exención de tributos y exoneración de reclutamiento.


La referida ley disponía “que cuando algunos individuos quieran establecerse en parajes desiertos o baldíos a propósito o para el establecimiento de nuevas poblaciones, el Poder Ejecutivo podrá conceder, con tal objeto, hasta doce mil fanegadas de tierras baldías para cada población. A cada cabeza de familia se le podrían asignar hasta sesenta fanegadas, teniendo en cuenta sus recursos y el número de sus integrantes, pero en ningún caso se podían dar tierras a personas que no fijaran su residencia en las nuevas poblaciones, medida importante para evitar la especulación con los predios otorgados. Pero, además de la adjudicación de las tierras, la norma fijó una serie de estímulos a los colonizadores, tales como el establecido en el artículo 4º, que exoneraba el pago del impuesto del diezmo eclesiástico por veinte años a las plantaciones y sementeras de los pobladores contados a partir de la entrega de las tierras; el artículo 5º determinaba además, que “los individuos que fijen su residencia en las nuevas poblaciones estarán esentos (sic) del alistamiento para servir en el ejército, por el término de veinte años”



El colono una vez firmaba el acta de avecindamiento, tenía derecho a un predio en la parte urbana y hasta sesenta fanegadas de tierra en el campo.( vereda Colmenas Santa Rosa de Cabal)


Las directrices trazadas por la citada norma fueron reproducidas en innumerables decretos y leyes expedidos por los Presidentes de la República y el congreso facilitando a cada población doce mil fanegadas de tierras de las cuales se entregaría a los colonos un predio en la zona urbana para vivienda y una posesión de campo para efectuar sus labores agrícolas.
Muchas aldeas surgieron al amparo de la citada legislación y con otras que regulaban las obligaciones o “cargas” de los habitantes con los distritos irían a sentar las bases para transformar la economía nacional cuando el café se insertó en el comercio internacional, elevando la calidad de vida de un gran sector de la población colombiana.

I
NSTITUCIONES QUE REGULARON LA CONVIVENCIA SOCIAL DE LOS PUEBLOS DE ORiGEN ANTIOQUEÑO.

Pero aparte de la entrega de tierras, el legislador expidió también una serie de disposiciones para reglamentar todos los aspectos inherentes a las relaciones laborales, sociales, políticas de las nacientes comunidades donde, en un medio hostil y adverso, el trabajo se constituía en el aceite que alimentaba y mantenía viva la llama de la esperanza. Los pueblos nacidos en la Colonización Antioqueña  estaban cohesionados por normas que obligaban a realizar colectiva y gratuitamente las obras públicas como caminos, escuelas, templos, casas consistoriales propiciando la consolidación  de relaciones  de confianza y otros valores inherentes a la esencia solidaria y cooperativa de la época. La recopilación Granadina, las ordenanzas provinciales y el código de régimen político municipal establecieron un marco normativo para que gobernadores, alcaldes, cabildos y corregidores de las entidades territoriales de Cauca y Antioquia expidieran sus decretos y algunos de ellos obraran inspirados en el lema: “Dios y Patria”.

A pesar de la declaratoria del Paisaje Cultural Cafetero como Patrimonio de la Humanidad, vemos con tristeza como muchas de las viviendas representativas de las técnicas constructivas raizales  están adportas de desaparecer ante la indiferencia de propios y extraños. Histórica casa ubicada en el sector de Guaimaral.


La lectura del bando en la humilde plaza principal para promulgar y dar a conocer las leyes, decretos y acuerdos; el acta de avecindamiento; la clasificación que establecía el trabajo personal subsidiario; la fianza para guardar la paz, las juntas de caminos, los cargos ocupados a título oneroso o gratuito, la conformación de juntas para administrar la inversión de los dineros públicos en obras como escuelas nos revelan los fuertes vínculos solidarios y colectivos de las poblaciones.

Es importante y para una mayor comprensión de la esencia de la época en la región cafetera, plasmar algunos aspectos de la cotidianidad de los habitantes en los albores de nuestra cultura para demostrar que fue un proceso digno de reivindicar, porque toda época tiene su esencia y la esencia de la colonización fue colectiva.



La Coloinización Antioqueña, además de instituciones colectivas y solidarias nos dejó una técnica constructiva con base en el bahareque que en nuestra región adquirió múltiples ropajes. En la foto Jaime Fernández B. en el Porvenir, vivenda hecha del llamado bahareque de tabla. propio de las zonas altas.


El Bando.


El bando, en una región marcada por una extensa, arisca y abrupta topografía constituía el medio de comunicación por excelencia para los aislados habitantes de los distritos, rodeados por poderosas barreras naturales. No sólo cumplía con la trascendental  función de dar a conocer y difundir las leyes del gobierno central, las ordenanzas provinciales, los acuerdos de los concejos y los decretos de los alcaldes, estableciendo un vínculo entre gobernantes y gobernados; también servía como vehículo para trasmitir los mensajes de las autoridades y las novedades de la región, por eso, el domingo tenía para la población, aparte del descanso y la misa parroquial, un valor agregado: el bando.

El sonido del tambor convocaba a los parroquianos en torno al alcalde y las autoridades para escuchar la voz engolada y solemne del pregonero encargado de promulgar normas y comunicar las buenas nuevas; así, a la salida de Misa Mayor, la comunidad acudía por la fuerza de la costumbre a una obligada cita cívica social en la plaza principal; entre los cotilleos y charlas previas y posteriores al acto, los habitantes se enteraban desde la publicación de las Constituciones hasta los elementales actos administrativos reguladores de su actividad cotidiana como la obligación de enviar sus hijos a la escuela, no permitir el ganado estéril en los ejidos, no dejar vagar libremente cerdos, ganados, perros o animales feroces en las calles y plazas de la población; blanquear las fachadas de las casas; mantener limpios los caños; cercar y bardar los solares con tapias; cumplir con la obligación de servir como policía cívico cuando las circunstancias lo ameritaban, en especial en las fiestas parroquiales, no deambular en estado de embriaguez por calles y lugares públicos etc.


Hermosa casa típica , sector del Planchón . Ante el peligro de desaparecer es necesario establecer por parte del Estado y los propietarios proyectos para su valoración y preservación.


Acta  de avecindamiento.

El avecindamiento era un acto formal que vinculaba legal y afectivamente al colono con el pueblo elegido para residir; generalmente el proceso de adopción tenía un filtro: para garantizar la solvencia moral del interesado se le exigía al nuevo poblador un certificado de buena conducta expedida por la primera autoridad del distrito de procedencia. Una vez ejecutoriado el acto, el ciudadano avecindado tenía la posibilidad de convertirse en adjudicatario de determinado número de hectáreas de terrenos baldíos  cedidos por el gobierno nacional a los municipios para promover procesos poblacionales, en compensación el colono aportaba su fuerza de trabajo para laborar determinados días al año en las obras públicas como caminos y puentes y otros compromisos necesarios para el progreso de la aldea o distrito.

Al respecto transcribimos apartes de un decreto expedido por el corregidor de la aldea de Cabal, Saturnino Portocarrero, el 21 de abril de 1850, precisando los requisitos para el avecindamiento:

“Art. 5. Todo individuo que pretenda avecindarse en este lugar traerá un certificado o credencial de la autoridad del vecindario que deja y lo presentará al juez a tiempo de inscribirlo en el libro de vecinos.

Art. 6. No se dará alojamiento a ninguna persona conocida por salteador, asesino, ladrón, desertor, presidiario, esclavo o reo de cualquier clase que sea, antes bien en el acto se dará cuenta a la autoridad de que existe en el poblado o en el campo una persona o personas de esta clase bajo severísima responsabilidad, sujeto a la multa que hay lugar y demás cargos.”

El tenor del acta referida era el siguiente: “En el distrito de Santa Rosa de Cabal a 5 de octubre de 1859, se presentó el señor Rafael Nieto del distrito de La Unión, manifestó ser su voluntad el desavecindarse de aquel distrito, agregarse a éste, quedando por consiguiente obligado a llevar las cargas vecinales del mismo; en tal virtud, yo, el alcalde, de conformidad con lo que dispone el artículo 4, de la ley 7, parte 2 y tratado primero de la recopilación granadina admito a dicho señor Nieto su vecindad en este distrito de cuyo efecto procedo a asentar la presente diligencia que firma el interesado conmigo, el alcalde por ante el secretario el cual dará copia certificada autorizada de esta diligencia a dicho señor Nieto.
Firmas: El alcalde Benito Buriticá. Rafael Nieto. Rafael María Gómez, el secretario.(1)

El trabajo Personal Subsidiario.  

El trabajo personal subsidiario fue sobre todo en los comienzos, un crisol de valores y fuente de progreso. Para moldear una naturaleza inhóspita y salvaje se requería el concurso de toda la comunidad: por consiguiente, el trabajo colectivo, además de ser impetuosa fuerza transformadora y de establecer vínculos de solidaridad entre los vecinos, se constituyó en matriz donde se gestaron valores característicos de la época: la buena fe, el compromiso con la región, la solidaridad y el sentido de pertenencia.

Esta trascendental institución clasificaba a los ciudadanos por clases de acuerdo con su capacidad económica y les imponía la obligación de trabajar un número determinado de días en las obras necesarias para el progreso de la aldea o distrito.

El trabajo personal subsidiario sufrió modificaciones para adaptarlo a las particularidades de los distritos y los cambios sociales y el marco legal era establecido por una norma superior ya sea una ordenanza de la asamblea provincial, máximo órgano legislativo de la provincia o una ley de la legislatura del Estado, cuando el Cauca adquirió el referido rango.

Los distritos eran divididos en fracciones y de cada fracción se hacía la lista de los residentes obligados a cumplir con el trabajo personal; la lista se fijaba en un lugar público a manera de notificación para que quienes tuvieran alguna objeción hicieran los reclamos pertinentes. La jornada se iniciaba a las siete de la mañana hasta las 5 de la tarde y se laboraba en los caminos, construcción de escuelas, cementerios o casas consistoriales.


Históricas huellas del Camino del Privilegio, construido por los habitantes de Villamaría y Santa Rosa de Cabal cuando pertenecían al Estado del Cauca.

El t.p.s. en Pereira. En 1871 la aldea de Pereira tenía apenas ocho años de existencia y como desde su fundación el trabajo personal subsidiario se convertía en una poderosa fuerza de progreso y de integración social, marcando el sendero que la convertiría años después en una de las ciudades más importantes de Colombia; en el citado año el trabajo de los vecinos se aplicó “en la apertura del camino que por “El Morrongo” pone en comunicación esa aldea con la Villa de Salento, en la composición del local de la escuela, construcción y mejoras de las demás obras públicas y en traer el agua a la población del punto denominado “Los canceles”(2)

Mucho después de haberse terminado el trabajo personal los habitantes de Pereira seguían construyendo obras comunitariamente como el aeropuerto; la memoria colectiva seguía marcando el rumbo de los fundadores y a los acordes de animadas canciones abocaban con entusiasmo la construcción del patrimonio público, como aquella tonada, muy popular entonces, que expresaba:” Villa olímpica haremos en Pereira…”
Con el paso del tiempo la institución fue sufriendo modificaciones permitiendo a quien tuviera recursos económicos cancelar en dinero la obligación o enviar un reemplazo. Casi empezando el siglo XX una Junta de Caminos integrada por el personero y un grupo de ciudadanos administraba los dineros  de los habitantes  que se invertían en la composición y mantenimiento de las vías públicas.

El trabajo personal subsidiario generó trascendentales obras como el Camino del Privilegio catalogada como la vía más trascendental del Estado del Cauca construida por el consorcio Abadía y Compañía integrado por los distritos de Villamaría, Santa Rosa y el empresario Félix de la Abadía y gracias a esta institución las comunidades sintonizaron sus cabeceras con fracciones, partidos  o abiertos distantes que con el tiempo adquirieron jerarquía y fueron erigidos en aldeas o distritos parroquiales. Además  propició las relaciones de confianza inherentes al devenir de los pueblos de la colonización, generando figuras jurídicas como La fianza para guardar la paz, valiosa institución que fundamentó el espíritu de convivencia de los pueblos de la región.




El trabajo personal fue la institución que les permitió a las nacientes poblaciones la realización de obras trascendentales para su progreso como El Camino del Privilegio. ( pintura de Ramón Torres Méndez)


Caminodel Madroño en inmediaciones de La Joseina, ruta entre Santa Rosa
e Ibagué.


La Fianza para Guardar la Paz.

Esta figura evitaba que un incidente inicial entre dos ciudadanos originara una transgresión mayor y consistía en la garantía otorgada por un vecino para no vulnerar el derecho de otro. Cuando dos parroquianos tenían diferencias o rencillas, el alcalde los citaba a la casa consistorial; cada uno debía llevar un fiador. En el libro de Fianzas para Guardar la Paz quedaba consignado el compromiso de los fiadores garantizando el buen comportamiento de alguien belicoso y provocador. Si a pesar de haberse firmado el compromiso se desencadenaba la agresión, el avalador debía pagar una multa y si no lo hacía o carecía de bienes, la sanción pecuniaria se convertía en cárcel que a su vez podía ser conmutada por trabajos en obras públicas. Por lo general, al principio  los habitantes de la región acudían sin resistencia al llamado de algún vecino para que les sirviera de respaldo. La palabra empeñada tenía en los usos sociales de la época el valor de una escritura pública y pocas veces los fiadores tenían que asumir la responsabilidad en cárcel o dinero por la violación de una fianza.




La esencia de la época, signada por el espíritu colectivo y las relaciones de confianza se manifestaba en todas las actividades cotidianas. Aún se acostumbra dejar monedas en torno de una imagen del camino para que algún anónimo viajero deje su equivalente en velas, las encienda y rece una oración por quien dejó la ofrenda inicial. (Vírgen del Camino, camino del Madroño entre anta Rosa e Ibagué)



El espíritu colectivo de la época se capta plenamente con esta institución donde los mismos ciudadanos se convierten en garantes de la tranquilidad pública y la convivencia social. Estuvo vigente hasta muy entrado el siglo XX, cuando la esencia colectiva de la sociedad va desapareciendo para dar paso al individualismo y al interés en el lucro inherente a la época actual; al repetirse las transgresiones a la fianza y  los garantes verse abocados a responder con su peculio o libertad, nadie acepta cumplir el rol de fiador. Las nuevas realidades sociales presionan el cambio de la norma y la fianza desapareció para dar paso a una conminación personal donde sólo respondía con sus bienes o libertad quien violara el compromiso de no agresión estipulado en el acta de conminación.


La trascendental institución se hizo extensiva a otros casos donde la convivencia social se afectaba y prácticamente dirimía todo conflicto: bajaba la temperatura a las rencillas ente vecinos, surgidas especialmente los domingos al calor del aguardiente; restauraba la armonía en el hogar rota por las reyertas entre cónyuges; mantenía a raya al amante clandestino que furtivamente y sin la bendición nupcial, deshonraba y pulverizaba en el lecho las virtudes de alguna joven.

Transcribimos a continuación el compromiso suscrito por un fiador para garantizar el cumplimiento de los deberes matrimoniales por parte de un ciudadano: ”el 15 de mayo de 1904, se presentó a la alcaldía, Rafael Rivera, mayor de edad, vecino de esta ciudad y persona de reconocido abono y expuso que se constituye fiador del señor Rafael Giraldo de hoy en adelante, garantizando que suministrará a su esposa María J.B. y familia los auxilios necesarios para su subsistencia y de hoy en adelante no volverá a abusar de los derechos que tiene como jefe de su hogar para volver a dar trato cruel a su esposa ni en palabras, ni en hechos: que garantiza la fianza en la suma de $500ºº que pagará a la tesorería del municipio en caso de que Rafael G. incumpla con sus obligaciones en el hogar.”(3)

Camino de entre Potreros y el histórico puente de Santa Ana sobre el río Campoalegre.

“Hoja de congo social”. Dentro de la amplia gama de plantas silvestres de la región, hoy como el resto de la flora nativa arrasada impunemente, sobresalía la hoja de congo por sus múltiples usos. Se decía que hasta “unas saludes se enviaban en una hoja de congo”; pues bien, la Fianza para Guardar la Paz era la “hoja de congo social”: se empleaba para sofocar todas las rencillas parroquiales y aparte de prevenir enfrentamientos, con algunas variantes, permitía el cumplimiento de otros compromisos sociales o legales: en 1905, cuando el municipio de Santa Rosa necesitaba con urgencia un maestro en el arte de los telares para adiestrar a sus habitantes en esta técnica artesanal, uno de los concejales firmó una fianza comprometiéndose a responder personalmente o con sus bienes, si Martín Cañas, preso en la cárcel de Popayán y designado para impartir la referida instrucción, se escapaba durante el traslado o durante la estadía en la ciudad en cumplimiento de su misión. La empresa culminó con éxito; Cañas difundió su conocimiento, hasta tal punto que hoy los ponchos, hamacas y otros productos afines siguen dinamizando la economía local.

El historiador Ricardo Sánchez A. nos refiere en su Historia de Pereira un dramático incidente que revela la naturaleza de la referida institución. Manuel José Gordillo, vecino de Ibagué, llegó en 1896 a la ciudad de Pereira. Gracias a su don de gentes y su talento natural para moverse en el exclusivo círculo social de la ciudad, se comprometió en matrimonio con una agraciada joven con la complacencia de la élite local. Pero un inesperado requerimiento efectuado desde Ibagué lo conminaba a presentarse en dicha ciudad, en el término de la distancia para aclarar la compra de un semoviente. El auto pedía la remisión “con las seguridades del caso”; esto es, debidamente escoltado por los gendarmes, hecho que en la época lesionaba el honor y la dignidad del personaje.

Sin embargo, podía evitar la embarazosa escolta y acudir al llamado de la justicia sólo, sin guardias y sin desmedro de su decoro, si alguno de su círculo de nuevos amigos, mediante la firma de una fianza, garantizara su presencia en Ibagué. Gordillo, aunque aceptado provisionalmente en el seno de la comunidad, no hacía parte de ésta y no estaba arropado por las relaciones de confianza suficientes para gozar del aval de un fiador; por lo tanto, no encontró a nadie dispuesto a firmar la fianza. Ante la  “infamante” perspectiva de marchar en calidad de detenido, Gordillo se descerrajó un tiro en la boca.

Dejó una carta explicando las razones para tomar tan dramática decisión:
“El cadalso es altar,
La prisión, honra:
Todo bien por la Patria es pan bendito;
Sólo una cosa aflige: el deshonor.

sí decía don Lázaro María Pérez, y a decir verdad, no había yo medido la intensidad de aquellas palabras hasta que hoy la villanía de un hombre ha venido a mancillar mi nombre y mi honra ante los cultos habitantes de esta simpática población; y digo empañar, porque las pocas personas de recto criterio de quienes he solicitado fianza para trasladarme libre a Ibagué, se han esquivado de prestarme este servicio, confirmando de este modo la afrentosa falta que se me imputa, sin tener en cuenta estos señores, que con mi permanencia en Pereira, no he pensado en rehuir el cuerpo. Si el presente caso me hubiera sorprendido en cualquiera otra de las poblaciones del Cauca o de Antioquia, yo me hubiera resignado a salir preso, pero de Pereira no puedo hacerlo, no y mil veces no, quizás haya quién comprenda la causa; ¡antes, prefiero ir a tocar las puertas de lo invisible!

El negocio con el señor Troncoso de Ibagué fue el siguiente: yo le compré un caballo y un galápago por la cantidad de cuarenta y cinco pesos y a cuenta del negocio, le di veinticinco pesos, quedándole a deber sólo la cantidad de veinte pesos. Eso es todo.

Si algún gasto ocasiona mi muerte, deben pasarle la cuenta a mi padre, el señor Antonio J. Gordillo, quien vive en la población de Miraflores en el departamento del Tolima”  (4)           

El tema de la Colonización y los albores de nuestra cultura  está muy lejos de estar agotado y cerrado con el sello de “suficiente ilustración”; es mucho lo que falta por escrutar y reivindicar en este interesante proceso histórico, con mayor razón ahora que la UNESCO reconoció su trascendencia declarando al Paisaje Cultual Cafetero,  Patrimonio de la Humanidad.



Bibliografía:
(1)  Archivo de Santa Rosa 
(2)  Archivo de Santa Rosa 1871
(3)  Archivo de Santa Rosa 1904.
(4)  Sánchez A. Ricardo. Pereira, 1875-1935. Colección Clásicos Pereiranos. Edit Papiro. 2002. P.99-102.

      

  



 








      






  

    














 






  



  









     






    


        

                  



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