lunes, 1 de septiembre de 2014

“El enemigo público número uno"


Ramón Vasco, alias “ Medellín”, fue uno de los personajes más populares de Santa Rosa en la primera mitad del siglo XX. Sus acciones suscitaban en la comunidad odio o simpatía, pero nunca indiferencia. Era catalogado como un excelente maestro de obra por su profesionalismo y honradez, virtudes que refrendó cuando a partir de 1930 se empezaron a erigir las dos torres de la iglesia y “Medellín” coqueteaba con la muerte desde los frágiles y rústicos andamios de guadua, coordinando las labores de quienes desafiaban las alturas sin temor alguno.


Lasa calles encamellonadas de Santa Rosa en tiempos de Medellín .


Pero Ramón Vasco tenía un lado oscuro y era su desmedida afición por el licor;  los habitantes de la ciudad decían que por su organismo no corría el torrente sanguíneo, sino torrente etílico: vivía “prendido” como un ocho de diciembre. Sus borracheras llegaron a alterar seriamente el orden público y la calma parroquial  pues venían acompañadas con insultos al alcalde, resistencia a la policía y escándalo. No había sitio público en la ciudad donde su irascible temperamento precipitara su letanía de insultos: en el café Orleans, discutiendo con su propietario por la cuenta, arrasó con mesas y taburetes; en el teatro municipal, ubicado en la Casa Consistorial, la emprendió contra el policía porque lo expulsó de la sala de cine.  Episodios similares se repetían constantemente en la localidad con Ramón Vasco como protagonista. La situación se agravaba cuando en medio de los forcejeos con los agentes o cuando a “brinco de sapo” lo conducían a la cárcel, la gente rechiflaba a los policías y literalmente lo rescataban del brazo de la ley, hasta que el personero o el mismo alcalde, se comprometían a llevarlo a la celda “por las buenas”, pero invariablemente se volaba y se refugiaba en su casa. De allí no lo sacaba nadie y al día siguiente, ya sobrio,  se presentaba ante el alcalde para purgar la pena correspondiente; al fin y al cabo tenía en la cárcel una cobija y una estera de su propiedad  por ser un frecuente inquilino del centro de reclusión.


El record del pintoresco personaje en detenciones por
beodez era alarmante. regía entonces un estricto decreto contra la vagancia y la ratería que le permitía a las autoridades deshacerse de las personas consideradas indeseables, confinándolas en colonias penales y como lo amenazaron con aplicarle la mencionada norma, Medellín se fue voluntariamente de Santa Rosa, pero no pasó mucho tiempo exiliado pues la misma comunidad exigió su regreso, porque sus conocimientos en el arte de la construcción eran imprescindibles y fundamentales para el progreso de la ciudad.


La plaza de Colón  que hasta 1930 fue sede de la plaza de mercado y donde Medellín en medio de sus jumas despertaba la ilaridad de los parroquianos, la rabia de las autoridades cuando las hacía objeto de sus punzantes insultos . Al frente en la casa consistorial quedaba la cárcel donde le guardaban la estera y la cobija como buen usuario de la penitenciaría.

Sin embargo, nada ni nadie iba a impedir que se tomara sus “polas” y el conflicto con las autoridades continúo; por eso, el alcalde y la policía de común acuerdo, decidieron cortar el mal de raíz y en una de sus “jumas”, decidieron aplicarle el proceso breve y sumario por vagancia y ratería para enviarlo a una colonia agrícola a manera de castigo y resocialización. Todo el día, muy juiciosamente, el alcalde practicó las pruebas para fundamentar el exilio, tomando declaraciones a todos los integrantes del escuadrón policial, quienes recitaban un libreto previamente concertado:” Es un individuo pernicioso y puede calificarse como ebrio consuetudinario, muchas veces en estado de embriaguez ha sido conducido a la cárcel y ha hecho resistencia, ultrajando a la autoridad con palabras soeces que escandalizaron a la sociedad; su altanería e independencia no tienen límites y es considerado como el enemigo público número uno de la autoridad…” Bajo la mirada satisfecha de los gendarmes, el alcalde se disponía  a firmar el decreto referido; pero el  secretario del despacho, ducho “chupatintas” aguó la fiesta al recordar que el encausado estaba muy lejos de ser vago, pues era el mejor constructor de la ciudad y nadie podría dudar de su honradez. Por sustracción de materia el decreto se rasgó; Medellín quedó libre y se fue a celebrar con sus amigos a la cantina más cercana “la confianza otorgada por sus cualidades de buen ciudadano”            
     


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