viernes, 15 de diciembre de 2017

La salud en Colombia: entre lo surrealista y lo macabro





La salud en nuestro país ha oscilado en el rango marcado por lo surrealista y lo macabro. Ya desde los albores de nuestra fundación se creó una junta de salubridad con la doble función de prevenir y combatir enfermedades y ejercer las funciones administrativas de clasificar a los ciudadanos según su capacidad económica, para cumplir con las obligaciones de trabajar en las obras públicas. La lucha de los primeros pobladores contra la viruela, disentería, sarampión, enfermedades respiratorias y otros tipos de patologías fue titánica y llegó a niveles inimaginables en la época actual:




Vacuna contra la viruela aplicada en en el siglo XIX. (Tomado de Internet)


Para combatir la viruela, que dejaba al sobreviviente ciego o desfigurado, era necesario escoger al niño más robusto y sano de la aldea, quien tenía el dudoso honor de ser convertido en conejillo de indias, inoculándole el virus o “pus” de la viruela debidamente atenuado y obtenido de las costras de las reses infectadas con el referido germen. El organismo del rubicundo infante generaba los anticuerpos con los cuales se vacunaban “brazo a brazo” los demás niños y a la población en general. Si la situación se complicaba, era necesario habilitar el matadero municipal como hospital,  con el fin de aprovechar sus precarias instalaciones, ubicadas en las afueras de la aldea para tratar allí a las víctimas del tenebroso flagelo. Cuando esto ocurría, se les permitía a los “matanceros” sacrificar en el campo a las reses para mantener el abastecimiento de carne.



Amputación. (Tomado de internet)


 No había médicos; los accidentes eran frecuentes, en especial los causados por los trapiches que desgarraban y trituraban los miembros de quienes trabajaban en las moliendas y el encargado de cercenar los destrozados brazos era el carpintero municipal, quien tenía licencia escrita expedida por el alcalde para “practicar amputaciones”, complementando no pocas veces su dramática operación, con un pegote de telarañas con propiedades, según las creencias de entonces, de ser un efectivo anticoagulante. Los tratamientos folclóricos, pintorescos y hasta mágicos eran también muy comunes: los orzuelos se curaban untándose babas en ayunas; al niño que se demoraba en hablar le preparaban un afrechero o pinche y más de una vez nos tocó ir a las mangas a conseguir boñiga de vaca para  mezclarla con leche caliente y así con esta amarga pócima curar la buenamoza.



La salud en Colombia. Caricaturista de la Patria  de Manizales.( tomado de Internet)


Hoy en Colombia, en pleno apogeo de la ciencia terapéutica, pasamos de lo surrealista a lo macabro: mientras se lanzan las campanas al vuelo por la obtención de la paz, nuestro gobernante se pasea por el mundo preconizando las bondades de su gestión y los representantes  le embuten a la Constitución “sapos, micos y conejos”, el pueblo es rechazado en clínicas y hospitales cuando requiere atención médica, sufriendo  el paseo de la muerte;  el paciente ve con angustia como le niegan una cita, después de pasar en vela una noche a las puertas de una EPS asaeteado por el dolor y las madres, sienten la impotencia  de ver la vida de sus hijos apagándose en medio de convulsiones y agónicos estertores,  sin atención que atenúe el  drama y la imposibilidad de obtener el suministro de la providencial medicina que  garantice derecho fundamental a la vida. Sin embargo, no toda Colombia se resignó a estar encandilada con el circo o sainete de corrupción, sofisma e insensibilidad montada por la  la dinastía que nos ha gobernado: en Cartagena, un grupo de médicos impactados por las desgarradoras escenas de ver el suplicio de numerosos niños agobiados por enfermedades terminales, después de agotar tutelas e incidentes de desacato, decidieron como desesperado recurso demandar al Estado Colombiano ante La Asociación Interamericana de Derechos Humanos. La cruda evidencia obligó a la referida entidad a exigirle a los gobernantes las medidas mínimas para proteger la vida de los infantes; sin embargo, el drama continúa para un gran sector de la población infantil  del país.



 Nadie se ruborizó por el fallo que desnuda la falacia de nuestro “Estado Social de Derecho”; lo anormal se ha incorporado a nuestra cotidianidad y la desesperanza aprendida invadió al cuerpo social. Nuestro sistema, dice un ciudadano, dominado por “ira e intenso dolor, motivado por grave e injusta provocación”, logró sutilmente la macabra eficiencia que tuvieron los nazis en destruir la vida humana; pero sin emplear sus siniestras cámaras de horror. ¡ no hay derecho¡  


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