miércoles, 15 de enero de 2020

Nobleza obliga.



Nobleza  Obliga

Amigas y amigos, quienes con sus mensajes o con su presencia, nos acompañaron en el generoso acto realizado en las instalaciones de Comfamiliar Santa Rosa, que aunque inmerecido, me honra y compromete a estar a la altura de la trascendental responsabilidad de coadyuvar en la difusión de los valores culturales de nuestra ciudad. El emotivo acto, inesperado por cierto y acompañado de quienes durante años han sido copartícipes de una aventura cultural, agitó mi alma y me llenó de sentimientos encontrados. Las expresivas y exquisitas palabras, salidas de lo más profundo del corazón de una niña, inteligente y sensible, interpretando el indisoluble vínculo afectivo que desde muy temprana edad me unió con los libros y la historia, revivieron rostros, imágenes y lugares que decidieron el curso de nuestra vida. El  aroma de “saudade”, palabra portuguesa que sublimiza los sentimientos de evocación y nostalgia, envolvió el mágico evento y me transportó al ya lejano, pero inolvidable momento en que sentí por primera vez las vibraciones de un libro y la fuerza de su mensaje a través de hermosas ilustraciones y altruistas lecciones morales; la obra era Piel de asno, un cuento de Charles Perrault.




Piel de asno. Charles Perrault
 Después el ciclo continuó con los comics o historietas, muchas de ellas escritas por verdaderos literatos como Edgar Rice Burroughs, cuya prolífica imaginación nos llevó a la selva africana, narrando las aventuras de Tarzán, un personaje  rescatado por un grupo de primates, siendo aún un infante, de los escombros humeantes de un avión accidentado y quien  hizo de la jungla su hogar  adoptando los hábitos y costumbres de los providenciales salvadores. Otras revistas también cautivaron nuestra atención, como El Llanero solitario, Batman y Supermán. El comercio e intercambio de comics se hacía en las noches, en el teatro Cabal; sin embargo, este sano y ameno trueque infantil, era considerado entonces una infracción a las normas de policía y con frecuencia, gavillas de uniformados realizaban intimidantes batidas y sin ninguna consideración terminábamos en la terrible “bola”: un vehículo gris, lúgubre con celda y barrotes en su parte posterior y posteriormente en la "guandoca", una verdadera mazmorra, fría y mal oliente. Luego, los profesores incrementaron con más fuerza el amor por la lectura. En el pensum figuraba la asignatura de Biblioteca que nos brindó gratos momentos moldeando nuestras almas con valores y conocimiento. Borges imaginaba el cielo como un gran espacio colmado de libros, y ese amable recinto era el edén particular de los niños de entonces. Otras estrategias afianzaron el  romance con la literatura: a instancias de educadores, don Benjamín Duque entre ellos,  coleccionábamos y leíamos los suplementos literarios de diarios como El Tiempo y el Espectador lo mismo que los amenos artículos de Selecciones del Readers Digest.





El Charrito de Oro era una de las historietas que leíamos entonces, y una vez culminaba sus aventuras en defensa de la justicia y los inocentes se despedía con la frase :¡arre Plata, vamos Tona¡ el primero era su caballo y Tona, una hermosa águila, que no pocas veces, venía providencialmente del cielo a sacarlo de apuros en su lucha contra los malvados.




El Charrito de Oro y su fiel "Plata"




King Kong, una de las películas exhibidas en el Teatro Caba





Tarzán, primero, una obra literaria, luego la historieta y el cine fueron difundieron las aventuras del héroe, en el interior de la selva africana.
Un día en la semana se escogía para realizar El Centro Literario, que hacía parte de la clase de Español, donde sin coacción alguna el alumno escogía la modalidad y el tema que más se adaptaba a sus aptitudes para presentarlos ante sus compañeros: el canto, la declamación, los sainetes, las dramatizaciones o las exposiciones de temas extractados de los suplementos, como era mi caso, constituían las disciplinas que usualmente se efectuaban: los condiscípulos una vez finalizada la presentación, tenían patente de corso para criticar y preguntar, muchas veces con el fin de "corchar" y no pocas veces empleando "sevicia y alevosía" y aunque para algunos la prueba era tensionante, nos preparó para enfrentar al "monstruo de mil cabezas" como se conoce al público y cultivar el sentido de la tolerancia, necesarias para afrontar en el futuro la convivencia social y las exigencias de la vida profesional. 




¿Para qué los libros? . Foto, tomada por el amigo y colega Guillermo Aníbal Gartner quien con su capacidad para perpetuar instantes y emociones, captó esta imagen, detrás de la cual hay una historia personal.
 Pero en algún momento de la vida el amor por los libros hizo insuficiente la biblioteca particular que se extendió e invadió los íntimos aposentos de descanso, dejando nuestro mundo a merced de su avasalladora influencia gravitacional. Mientras tanto, los avatares de la vida dejaban también la huella de ese “spleen”, tormento de Garrick, y como Ricardo Nieto, nos hizo preguntar con escepticismo: ¿para qué los libros?  Sin embargo, las horas de tinieblas se diluyeron pronto pues como lo dijo Cicerón, “un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma” y una comunidad ajena a su benéfica influencia, es presa fácil del oportunista, el tirano o el sátrapa, soberanos sin legitimidad. Así lo revela la obra Farenheit 451 cuyo autor describe una sociedad aparentemente justa y perfecta; los incendios no existen porque las construcciones son incombustibles e inmunes al fuego; sin embargo, los bomberos tienen la funesta misión de quemar los libros, considerados peligrosos porque la clase dominante ha reescrito la historia con falaces capítulos acordes  con sus perversos propósitos de sometimiento. Pero surge la resistencia civil y para evitar la extinción del legado de la humanidad, cada persona se convierte en un libro viviente: alguien memoriza La Divina comedia, otro el Paraíso perdido y todos los ciudadanos en general asumen la misión de conservar el pensamiento universal. Y así la luz de la razón seguiría guiando al pueblo por la senda de los valores eternos. Quiero agradecer el generoso gesto de Tatiana López Escobar, Héctor Montoya Quiceno y al doctor Wilson Flórez, valiosos gestores culturales, por concederme el honor de sentirme asociado en estrecha comunión, con una parte del cielo de Borges: la biblioteca en Santa Rosa de Cabal, de una de las más apreciadas instituciones de Colombia: Comfamiliar.   


Héctor Montoya, Tatiana López, valores humanos de la biblioteca Comfamiliar en nuestro municipio y el doctor Wilson Flórez, director de Bibliotecas, durante el acto, que aunque inmerecido, siempre llevaré en mi corazón. 

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