miércoles, 17 de julio de 2013

El jeep, "el carro güevudo"






¿Cuántas personas, caben en un Jeep? Tantas, cuantas veces quepa el dedo gordo del pié. Esta frase rescatada del lenguaje popular, nos retrata fielmente el emblemático rol del Jeep Willys como medio de transporte del campesino por las accidentadas vías marginales de nuestros campos.

El jeep, conocido también como la “mulita mecánica”, mostró con lujo de detalles sus virtudes en la Segunda Guerra mundial, trasegando y sirviendo como vehículo de combate en las ardientes arenas del desierto del Sahara en el África con los ejércitos norteamericanos. Culminado el conflicto bélico, estos simples, pero prácticos vehículos se distribuyeron en algunos países como Filipinas, allí los decoran con vivos colores, y en Colombia, se aclimató en nuestra región convirtiéndose en algo tan auténtico y ligado a la cultura cafetera
como un geranio en una desconchada y abollada bacinilla.


 
Plaza de mercado Los Fundadores y los jeeps ancestrales.


El jeep ha desafiado el tiempo, los inaccesibles caminos por los cuales transita, los cojos programas de reposición del gobierno, los cuantiosos precios de los seguros, los impuestos y los controles de contaminación ambiental. Sus esforzados usuarios, campesinos curtidos por el sol y fortalecidos por las duras faenas del agro, tienen sus propios códigos y se rigen por leyes no escritas, pero de obligatorio acatamiento, como se infiere de la vivencia que a continuación narraremos, experimentada en un viaje a una vereda; el recorrido se convierte en una verdadera odisea y se replica en Armenia, Pereira, Finlandia, en fin en todos los municipios cafeteros del país.

Las hermosas casas de orígen antioqueño se erígen desafiando el paso del tiempo. a la vera de la carretera que recorre el carro guevudo. 

Muy temprano, una mañana dominical me desplazo a nuestra típica galería donde el ritmo de un día de mercado ya comienza a manifestarse con el barullo característico de ese crisol que funde el alma de los pueblos. Como “al que madruga, Dios le ayuda” ocupo con satisfacción un lugar en el puesto de adelante del carro de turno y con la halagadora perspectiva de salir pronto, de acuerdo con lo expresado con seguridad por el conductor; sin embargo, el tiempo pasa inexorablemente sin vislumbrarse indicio alguno de la partida. Mi
entusiasmo por tonificar el espíritu con los efluvios y el aire fresco del campo, comienza a decaer, gracias a las descargas sucesivas de la llamada “música de despecho”, molida sin pausa en un café cercano a la sede de la empresa transportadora, cuyo lema expresaba: “Comodidad, Seguridad y Rapidez”.

Comprendo que en esta particular jurisdicción del campesino, el afán no existe; por lo tanto, solo nos queda el recurso de armarnos de paciencia y esperar que el vehículo esté totalmente lleno; tengo el consuelo de estar relativamente cómodo y apoltronado, con el privilegio de hacer el viaje en compañía de la profesora de la vereda, quien ya tiene un derecho adquirido en el estratégico puesto al lado del conductor.

Antes de partir observo con misericordia y compasión el convoy de carne humano arracimado atrás y admiro la gran capacidad de adaptación de los parroquianos, pues todos han logrado encontrar un nicho entre la humanidad de sus compañeros de viaje y todavía quedaba espacio para una gran jaula de madera con 10 gallinas; sí, así como suena, diez aves de corto vuelo; es como llevar leña para el monte, pero no me tomo el trabajo de buscarle explicación a
este despropósito, porque en el país del realismo mágico, todo es posible.

 
La mulita mecánica en toda su magnitud.


Llega el ansiado momento de arrancar y mientras el Jeep inicia cansino el carreteo, se insinúa a poca distancia una apurada pasajera y contra toda lógica, el conductor se detiene a esperarla; después de un corto y expresivo silencio, siento las miradas de los pasajeros clavadas como alfileres sobre mi espinazo y con resignación me toca aceptar otra de las leyes no escritas del campo y sacrificando la comodidad por la “cortesía”, abandono mi plácida posición y
como puedo, busco un lugar en la parte de atrás del vehículo, aferrándome a la varilla posterior, apenas en momento justo de arrancar el vehículo. Parado sólo sobre el dedo gordo del pie derecho, mientras el pie izquierdo queda irreverentemente bamboleándose sin punto de apoyo, y recordando las técnicas de crecimiento personal para dulcificar los malos momentos, pienso que por lo menos y como garantía de seguridad estoy firmemente adherido a la barra con las dos manos; pero cuando retiro una de ellas para limpiar una gota
de sudor producido por el ajetreo, ya el lugar ha sido ocupado por otra mano.

El cerro El Volador en Colmenas. Ruta del emblemático Jeep-


Como lo malo es susceptible de empeorar, a mitad del camino el jeep realiza un brusco giro: el intempestivo movimiento libera a las gallinas de su encierro y las alborotadas aves se escapan y se esparcen por los cuatro puntos cardinales; el incidente además revienta la correa del ventilador y el Jeep queda varado.
Mientras refunfuño y protesto en silencio, el conductor repara el daño empleando la elástica media pantalón de la maestra y los demás ocupantes, siguiendo las pautas de ese código natural de solidaridad que siempre los ha guiado, salen en busca de las alebrestadas gumarras.

 
Todo un símbolo culturaL

Los repuestos de un Jeep se adquieren en cualquier droguería, dicen los vecinos, significando la variedad de recursos del conductor para salir del mal paso y la versatilidad del carro; en este caso, la delicada prenda semi- íntima logró que el Jeep siguiera su marcha y llegara a su destino. Los rudos campesinos no sintieron los rigores del viaje; al final de la jornada, sólo habían dos personas desconcertadas: yo que encalambrado no sentía ninguna de mis extremidades y el dueño de las gallinas, pues en vez de diez, había recibido veinte, pues los diligentes, pero desprevenidos campesinos en la persecución habían echado mano a todo ser bípedo emplumado que encontraron en el campo.

 
El jeep. la arquitectura regional en bahareque y el café , Patrimonio de la Humanidad.


El regreso fue otra odisea: al bajar precipitadamente por una inclinada carretera, fallaron los frenos y hubo necesidad de emplear los “frenos de barranco”, recostando “sutilmente” el Jeep en el terraplén lindante con la vía en una maniobra que evidenció la destreza del conductor y la aptitud de la “mulita mecánica” para desafiar las breñas de nuestras vertientes andinas.
Al fondo, Santa Rita, el paisaje que embriagó a Fermín López. el fundador que eligió esta vereda para "ser dueño de su propio destino"

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