viernes, 3 de mayo de 2019

El vuelo del Cóndor.


El vuelo del “Cóndor”

En 1915 Santa Rosa era todavía una aldea de calles polvorientas, con un marcado acento campesino. Una hermosa pila traída de europa, que antes engalanó el entorno de la iglesia de Manizales, abastecía de agua a comerciantes y semovientes  congregados en los días de feria y de mercado en el entonces parque de Colón. Pero el bucólico poblado vivía momentos de tensión e incertidumbre y, guardando las proporciones, era un microcosmos de la lucha de clases que dividía al viejo continente: La élite social se congregaba entorno al Juez Civil del Circuito, doctor Félix Isaza y en su núcleo familiar sobresalía por su belleza e inteligencia, su hija blanca, una joven que apenas frisaba  los quince años y ya insinuaba su sensibilidad y notables calidades literarias, llegando, decían entonces, a enajenar el corazón del gran bardo Julio Flórez. En la otra orilla, se destacaba por sus ímpetus físicos, Pedro Eduardo Botero, un arriero cuyo fogoso temperamento se forjó trasegando con sus indómitas mulas  incipientes caminos, ríos caudalosos y empinadas cuestas mientras  los vientos huracanados y las tormentas violentas flagelaban sin misericordia a hombres y acémilas. Sin embargo, los madrazos y el lenguaje procaz, necesarios y propios de su oficio, pasaban a un segundo plano, cuando su gran pasión, el periodismo afloraba agitando en el pueblo por medio de su periódico “El Cóndor” ideas y cuestionamientos que herían el orgullo y amor propio de quienes ostentaban emperifollados rangos de corte civil o político.


Antigua casa cerca del puente sobre el río San Eugenio, en el Camino del Privilegio, que tantas veces pasó el célebre arriero.


 Pero, Pedro Eduardo Botero, era además, un “chasqui” y a la manera de los mensajeros del imperio Inca, empacaba en el “hatillo”, la noble mula encargada de portar las encomiendas más delicadas, los ejemplares del “Cóndor” para  distribuirlos en las aldeas y caseríos por donde pasaba y a su vez, recibía las gacetillas e impresos editados en los referidos villorios, dinamizando en su arduo periplo  la economía y realizando un admirable ejercicio intelectual articulando un valioso intercambio de información y cultural entre remotas y aisladas aldeas.




Los legendarios arrieros que enlazaron lejanías ( foto tomada de Internet.)
Y mientras en otras latitudes empezaba a estremecerse el “establecimiento”, en Santa Rosa estalló el conflicto entre el pueblo raso y la élite dominante; la chispa que encendió la controversia fueron las irónicas palabras con las cuales la joven Blanca Isaza se refirió a uno de los escritos de Pedro Eduardo, desatando la furia de éste, quien presa de “ira e intenso dolor, motivado por grave e injusta provocación” convirtió el periódico El Cóndor en desbordado panfleto para atacar a la distinguida familia y a la clase social que ésta representaba. La ciudad se dividió y los agravios proferidos por el febril Botero en El Cóndor, eran contestados por “El Chapola”, otro periódico que tomó como bandera la defensa de los intereses “de la gente de bien”, agravando las tensiones, mientras las demandas y contrademandas de parte y parte alteraban más el orden público. Ante la gravedad de la situación, tuvo que intervenir la gobernación aplacando el embrollo con radicales medidas de policía. Pedro Eduardo Botero fue detenido y poco tiempo después El doctor Félix Isaza se radicó en Manizales, ciudad donde Blanca llegó a ser una de las más grandes poetizas de Colombia, quedando en su memoria un sabor amargo de la ciudad y un grato recuerdo consignado en un hermoso poema al río San Eugenio.


El autor, Jaime Fernández , en el camino El Español, Marsella, tras las huellas de Pedro Eduardo Botero.


Todos estos incidentes ocurrieron en Santa Rosa, dos años antes que estallara la Revolución Rusa y se estableciera “la dictadura del proletariado”.          

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