viernes, 3 de mayo de 2019

La Araña Negra.


El 20 de marzo, se cumplió un aniversario más de la muerte del legendario guardameta Soviético Lev Yashin, acaecida en 1990. Pocas figuras del deporte enardecieron a los aficionados de antaño, como La Araña Negra, denominado así por su oscura indumentaria y una sorprendente agilidad que daba la impresión de tener ocho tentáculos para atrapar el balón. Era unánime la opinión de entonces de catalogar su arco como impenetrable. Pero el aura de misterio que rodeaba su figura tenía también otras causas, aparte de sus felinas hazañas. El mundo vivía la llamada “Guerra Fría” y Estados Unidos y Rusia no ahorraban esfuerzos por imponer el primero el capitalismo y el segundo el comunismo, empleando para ello el espionaje, la desinformación plagada de mentiras e infundios, el sabotaje y el fomento de guerras civiles para deponer gobernantes y expandir sus áreas de control e influencia. En América, sólo Cuba era comunista y gravitaba en torno a la órbita soviética, las demás naciones del continente, entre ellas Colombia, veían al país del Tío Sam como el providencial aliado que “protegía la democracia, brindaba desinteresada ayuda económica y sofocaba los focos de rebeldía inclinados a implantar “La Dictadura del Proletariado”. A través del programa Alianza para el Progreso, los niños de las escuelas recibían alimentos, quesos y otros refrigerios  refrendando así  la simpatía de La población hacia los mandatarios estadounidenses; uno en especial Jhon Fitzgerald Kennedy y su esposa Jacqueline  fueron objeto de especial admiración. Por eso, en medio de esta confrontación ideológica febril y apasionada, en nuestro medio para  la propaganda oficial, Rusia, encarnaba a satán, destilaba un aroma de azufre y el reino del mal; por ende,  las paredes se empapelaban con consignas de “Cuba no, Colombia sí”; la paranoia de la época, reprobaba la conducta de quienes dejaban crecer su barba, convirtiéndolos en  objeto de reproche público al catalogarlos como seguidores confesos de los ideales socialistas por emular la fisonomía del líder cubano Fidel Castro y políticamente el llamado Frente Nacional, excluyó a quienes no comulgaban con los idearios de los partidos liberal o conservador, de toda opción de ocupar cargos públicos.



La legendaria Araña Negra.


Y en medio de este Armagedón ideológico y social, alimentado con falacias y temor llegó el mundial de fútbol de Chile en 1962; por primera vez Colombia clasificaba al trascendental evento. La expectativa llegó a su clímax pues el calendario del certamen enfrentaba a nuestra selección con Rusia,  en cuyas filas militaba  el mejor portero del mundo. Aunque Colombia perdió con Uruguay el primer partido, el entusiasmo no decayó y el segundo encuentro contra los soviéticos paralizó al país y lo congregó en torno a los radiorreceptores, pero ya en el minuto 56, se tenía la convicción que “Dios no era Colombiano”: perdíamos 4 a 1, el desaliento cundió y cuando empezaba la desbandada de los desmoralizados radioescuchas, la tricolor en un arrebato de inspiración empató el cotejo, dejando al legendario Yashin deshonrado y con el agravante de haber recibido el único gol olímpico en la historia de los mundiales. La gesta deportiva llenó de orgullo el alma nacional y aunque Yugoeslavia en el partido siguiente mató las ilusiones vapuleándonos con un contundente 5 – 0, durante mucho tiempo la hazaña permaneció en nuestra memoria colectiva; no era para menos: se había sorprendido a la selección campeona de Europa, envuelta siempre en un halo de enigmas y secretos ocultados tras la cortina de hierro y además conjurado el hechizo de quien luego sería catalogado el mejor portero del Siglo XX, y único guardameta que ha recibido el Balón de Oro.


El cancerbero en plena acción.





En 1962, Loa jugadores de la federación rusa, tenían en sus camisetas la inscripción CCCP, que identificada a la entonces poderosa Unión Soviética. El orgullo que produjo el célebre empate hizo que los colombianos le dieran una reinterpretación a la referida sigla: "Con Colombia casi perdemos".


El 21 de marzo también se conmemoró el día de nuestros bosques, amenazados y casi sin dolientes a nivel institucional. Tal vez y como dolorosa paradoja, su mágica dinámica sólo es exaltada poéticamente en anuncios pagados en medios de comunicación por empresas que explotan los recursos no renovables   reivindicando con sofismas su conservación, pero tan distantes de la realidad como la que vivimos durante La Guerra Fría.     


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