viernes, 3 de mayo de 2019

Guerra de Corea: santarrosanos en el infierno.




En 1948 es asesinado en Bogotá el líder Jorge Eliécer Gaitán, quien encarnaba los ideales de redención  de los sectores populares del país. El referido magnicidio trajo  profundas consecuencias sociales y políticas que cambiarían la historia de la nación: aparte del estallido social en la capital  y otras ciudades del país, muchos de los seguidores de quien pregonaba “no soy un hombre, soy un pueblo”, desencantados y defraudados de nuestra falaz democracia, se refugiaron en el campo, donde crearon las llamadas “repúblicas independientes”. Inmolado quien representaba su esperanza de  tener en la presidencia alguien que interpretara sus sueños de justicia e igualdad, se vieron obligados a realizar una resistencia civil armada contra el Estado, legítima en ese momento y que después dio origen al surgimiento de la guerrilla colombiana.


Registro del diario El Tiempo del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán.

 Mientras el país se sumía en el enfrentamiento partidista, en otras latitudes se encendía una nueva hoguera, cuyos efectos alcanzaría a ensombrecer aún más nuestra convulsionada realidad: la península de Corea, que hasta 1945, estuvo invadida por Japón, una vez vencido “el imperio del Sol Naciente”, fue repartida como botín de guerra entre dos de las poderosas potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial. El norte quedó bajo el dominio de Rusia y el sur, bajo el imperio de Estados Unidos; el primero Comunista y el segundo Capitalista. El paralelo 38 Servía de frontera entre los dos territorios. Pero, en 1950, Corea del Norte, buscando la unificación de la estratégica península, avanzó con sus tropas arrasando las fuerzas del sur, pasando con decisión el paralelo 38 y …¡ ahí fue Troya¡. Las Naciones Unidas a instancias de Estados Unidos convocaron con prontitud a las repúblicas “democráticas” del mundo”, “para defender la libertad y las ideas occidentales”; temían la dinámica del   dominó: una vez caída la primera ficha, corea del sur, las demás naciones asiáticas correrían la misma suerte propagando el comunismo y como Colombia vivía la misma paranoia, pues la muerte de Gaitán y el estado de conmoción interna se le atribuía al comunismo, Laureano Gómez, presidente de entonces, aceptó el llamado conformando en noviembre de 1950 el batallón Colombia de infantería para hacer parte de la coalición de países de Estados unidos, Etiopía, Inglaterra, Canadá y otros Estados que lucharían contra las fuerzas de Corea del Norte , Rusia y sus aliados, sobre todo, los Chinos, quienes  pusieron a prueba el valor de los nuestros.. Colombia fue el único país de Suramérica que participó en el conflicto.



Don José Diego Cañas G, valiente  integrante del Batallón Colombia quien combatió en Corea.

La selección de quienes irían al frente de batalla, a arriesgar su vida en una guerra ajena, estaba muy distante de ser profesional: de las diferentes compañías del país, primero solicitaron “voluntarios”; si estos escaseaban, elegían a quienes carecían de padres o madres, ”ustedes se van, decían sus superiores, porque no tienen dolientes” ; otros, aplicando una mordaz modalidad de ruleta rusa, vendaban a uno de los reclutas; éste, a ciegas escogía a quienes irían al Batallón Colombia y se hacía como en un juego, entre risas, pues aún no conocían la espeluznante misión que cumplirían. No faltó el comandante que obedeciendo a extraños designios, a dedo, seleccionaba sólo a uno del numeroso contingente a su cargo, asignándole el dudoso honor de ir a disputar a sangre y fuego, “la tierra de nadie”, como en tiempos bíblicos hizo el rey David, al situar a Urías, el esposo de su amante, a la vanguardia de su ejército. La naturaleza humana es la misma en todas las épocas.


Mapa de las dos coreas, separadas `por el paralelo 38.




Las embrujantes islas de la Polinesia.


Siempre admiré y disfruté de la amistad de los santarrosanos  que integraron el Batallón Colombia; ellos, en un país bajo Estado de Sitio, vivieron lo que los griegos llamaban El destino (ananké), era una fuerza superior, no sólo a los hombres sino incluso  a los mismos Dioses, estaban signados por el hado fatal y un trágico determinismo histórico que los llevó a la infernal contienda; una verdadera cita en Samarcanda, imposible de resistir. A pesar de su condición de sencillas gentes del pueblo, al menos los que conocí, se convirtieron en protagonistas de nuestra historia, buena o mala, según el punto en que se mire, pero tienen un lugar en los acontecimientos que marcaron al país. Recuerdo como contaban con emoción sus vivencias al salir de las fronteras patrias y observar maravillados el Canal de Panamá, describir la sensualidad de las mujeres de la polinesia en Hawaii, con la belleza de quienes embrujaron a Paul Gauguin y casi propiciaron que los marineros de Magallanes desarmaran sus barcos arrancando los clavos para cambiarlos por una noche de pasión con las ardientes isleñas; la conmoción experimentada al cruzar el meridiano 180, que divide al mundo y marca el cambio de horario, y los breves, pero envidiables momentos experimentados en Japón, aunque no todos tuvieron esta fortuna, de disfrutar como samuráis occidentales, los encantos de las geishas, muñecas de porcelana diestras en las exóticas artes amorosas. Tal vez, las vivencias narradas se asemejan a la suerte del condenado a muerte, a quien antes de su ejecución le permiten cumplir su última voluntad degustando un frugal banquete. Después vendría la infernal experiencia. Continuará. 


Meridiano 180 grados, que marca el cambio de horario, había que ajustar el calendario: ya no era miércoles, era jueves.



  

2 comentarios:

  1. Juan Alberto, cordial saludo. Gracias por sus expresivas palabras y la sensibilidad para reconocer y valorar la historia de santarrosanos , que aunque sencillos, hicieron historia por su valor.

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